Vivir en un hogar en el que el insulto es algo tan normal como levantarse por la mañana, la violencia verbal y física son tan parte de un día a día, como las sillas, puertas y armarios destrozados por la violencia desatada y sin control de tu padre y las marcas de los golpes en el cuerpo de tu madre, de tus hermanas y hermanos o en el tuyo propio es algo que no te sorprende, deja unas secuelas indelebles a las niñas y niños víctimas de violencias machistas y les marca su niñez y su adultez.

En la mayoría de los casos, no dejándoles llevar una vida sana, plena y exenta de un bagaje emocional que les permita conseguir vivir sin la sombra del maltratador planeando sobre sus cabezas.

Cómo si no hubiera sido suficiente lo que sufrieron cuándo estaban obligados a vivir bajo su yugo, esa sombra se alarga hasta la adultez, dejando secuelas duras e importantes que les condicionarán la vida.

Según los datos, más de 1,6 millones de menores viven en entornos de maltrato. Cuando consiguen ser sacados de esos infiernos por sus madres, (trabajo muy difícil si tenemos en cuenta que la tendencia judicial actual sigue siendo dar visitas y pernoctas a los maltratadores con los menores víctimas de violencias), tienen un trabajo psicológico enorme para lograr que lo que han vivido no marque sus vidas.

Pero, ¿se puede conseguir mejorar la vida de estos niños y niñas?. Los especialistas dicen que sí, pero es imprescindible considerarlos de pleno derecho víctimas de violencia de género. Porque la recuperación de la madre, no significa la recuperación de los hijos. Son personas individuales, con los que hay que trabajar porque necesitan atenciones individualizadas y personalizadas.

Muchas veces, los hijos varones pueden repetir los patrones de agresividad que han visto del padre y las hijas, los patrones de víctima de la madre si no se actúa a tiempo y en consecuencia. Y esto se consigue apartando cuánto antes a los menores del maltratador y alejándolos de él.

 

Menores víctimas de violencia de género -- Somos Más

Exposición itinerante con dibujos de menores víctimas de la violencia de género – Proyecto ‘Intervención Psicosocial con Menores’

 

La ley es clara al respecto, pero la judicatura debe formarse en igualdad y plantearse que el maltratador no tiene «el derecho» a tener con él a los menores, como tanto defienden los victimarios. Y tener muy claro que los menores tienen pleno derecho a no querer estar, y no tienen porqué estar, con quién los maltrata a ellos y a su madre, con quién ejerce esas violencias machistas sobre ellas y ellos.

Los menores que son víctimas de esas violencias machistas, están expuestos a que a posteriori, ese sufrimiento y exposición les puedan provocar en su adolescencia y en su vida haya intentos de suicidio, la huida de cualquier relación si creen detectar la mínima señal de una actitud parecida a la que tenía su padre aunque no sea así, ansiedad, miedo a la oscuridad, más riesgo de sufrir depresión, de consumir sustancias tóxicas –especialmente alcohol-, también pueden ejercer violencia a sus hijos o normalizarla, problemas con las relaciones –en especial de pareja-, trastornos alimentarios y del sueño, fobias, miedos e inseguridades.

Para las criaturas víctimas de violencias, es primordial la asistencia psicológica y/o psiquiátrica frecuente y continuada porque estas criaturas tienen muchas dificultades para relajarse ya que están en un constante estado de alerta.

Y este “estado de alerta” puede durar hasta la vida adulta. Por ello, tienen que saberse arropados y comprendidos, tienen que saber que no están solos y que están protegidos.

Y somos la sociedad en pleno los que tenemos las herramientas y la obligación moral de ponerlas a disposición de las mujeres, pero sobre todo de estas hijas e hijos víctimas de las violencias machistas. No sólo para que puedan recuperar la niñez que les toca y les corresponde por derecho como a cualquier otra criatura. Sino para que crezcan y sean unas personas adultas, felices, recuperadas y en paz consigo mismas.

Se lo debemos como sociedad. Se lo debe la justicia. Se lo debe la vida.