Mientras estamos escribiendo este artículo, lo más probable es que una mujer esté presentando una denuncia por malos violencia de género. Esto, debería dejarnos sin aliento. No por lo insólito, sino por lo brutalmente cotidiano.

Según los últimos datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), durante el año 2024 se interpusieron en España 199.094 denuncias por violencia de género, es decir, más de 22 cada hora. Este dato, frío y demoledor, debería encender todas las alarmas sociales, institucionales y políticas. Pero no. Porque ya estamos anestesiados. Acostumbrados. Saturados.

Pero hoy no vamos a caer en esa trampa. Hoy queremos alzar la voz y gritar que estas denuncias no representan la totalidad del horror que viven miles de mujeres cada día. Son únicamente la punta del iceberg. Lo visible. Lo que alcanza a salir a flote. Debajo, escondido en la profundidad del miedo, del silencio y de la impunidad, hay muchísima más violencia que no se denuncia, que no se nombra, que no se atiende. Y esa es, precisamente, la violencia más letal. La que más daño causa a largo plazo. La que se perpetúa con cada indiferencia.

El iceberg sumergido: lo que no se ve (ni se quiere ver)

Hablar de más de 199.000 denuncias anuales ya es espeluznante. Pero lo verdaderamente aterrador es que ni siquiera tenemos idea de cuántas mujeres más están sufriendo en silencio. ¿Cuántas están atrapadas en relaciones violentas sin posibilidad de escapar? ¿Cuántas normalizan los gritos, los insultos, los empujones o los controles como parte del “amor”? ¿Cuántas viven con el corazón encogido cada vez que el móvil vibra o se abre la puerta de casa?

Las denuncias son solo una manifestación mínima de un fenómeno estructural, social y cultural mucho más amplio. La violencia de género no empieza con la paliza, ni siquiera con el primer insulto. Empieza mucho antes: con el control, con los celos, con la infantilización, con la anulación emocional, con la dependencia forzada. Y eso, en muchas ocasiones, no llega jamás a una comisaría.

¿Por qué no se denuncia? Los silencios que matan

A estas alturas, aún hay quien se atreve a decir que “si no denuncia, es porque no será tan grave”. Una frase que retrata, sin pudor, la ignorancia y la insensibilidad de parte de esta sociedad. Porque denunciar, para muchas mujeres, no solo no es una opción sencilla, sino que puede ser incluso una sentencia de muerte.

Analicemos algunos de los motivos por los cuales tantas mujeres no denuncian:

  1. El miedo paralizante

No es un miedo abstracto: es un miedo concreto, con nombre y apellidos. Miedo a que la denuncia no sirva para nada. Miedo a que el agresor se vengue. Miedo a que nadie la crea. Miedo a perder a sus hijos. Miedo a quedarse sola.

  1. La dependencia económica

Una mujer que depende económicamente de su agresor está atrapada en una cárcel sin barrotes visibles. Salir de esa relación puede significar quedarse sin casa, sin ingresos, sin posibilidad de alimentar a sus hijas e hijos. ¿Quién la sostiene?

  1. La cultura de la culpa

La sociedad aún carga a las víctimas con el peso de la culpa. “Algo habrá hecho”, “seguro que exagera”, “por algo se quedó con él”. Este entorno hostil provoca que muchas mujeres prefieran callar antes que exponerse al juicio social.

  1. El sistema judicial revictimizador

Las que sí se atreven a denunciar, a menudo se encuentran con un sistema frío, ineficiente y muchas veces humillante. Denunciar significa revivir el trauma una y otra vez ante la policía, la jueza, la fiscal, el perito, el abogado… Y muchas veces, para que al final el agresor quede libre, sin medidas de protección efectivas.

No, no estamos exagerando

Hay quien dice que estos datos son “una exageración del feminismo radical”. Que ya hay “demasiadas ayudas para las mujeres”, que “los hombres también sufren”, que “las denuncias falsas arruinan vidas”. Este discurso, además de ser una burda manipulación de la realidad, es cómplice directo de la violencia.

Porque mientras seguimos discutiendo si 199.000 denuncias son “demasiadas” o “pocas”, una mujer está siendo golpeada ahora mismo. Otra está siendo insultada por el simple hecho de querer salir con amigas. Otra más está siendo obligada a mantener relaciones sexuales por miedo a represalias. Y muchas, muchas más, están convencidas de que eso es “lo normal”.

¿Qué podemos hacer? Mucho. Pero con voluntad real

Decir que no hay soluciones es una mentira peligrosa. Las hay. Pero requieren compromiso político, inversión sostenida, transformación cultural y una ciudadanía vigilante. Aquí algunas claves para empezar a desmontar el iceberg:

  1. Educación feminista desde la infancia

Sí, feminista. Porque el feminismo salva vidas. Necesitamos una educación que enseñe desde el jardín de infancia que el amor no duele, que el consentimiento es imprescindible, que las niñas no son propiedad de nadie y que los niños pueden llorar sin ser menos hombres.

  1. Formación obligatoria para jueces, policías y personal sanitario

No podemos permitir que quienes atienden a las víctimas sigan actuando desde prejuicios o desconocimiento. Una formación sólida y con perspectiva de género es urgente y necesaria.

  1. Refuerzo económico a las víctimas

Las mujeres deben tener acceso inmediato a viviendas de emergencia, rentas básicas, apoyo psicológico y orientación laboral. No pueden elegir entre la violencia o la miseria.

  1. Tolerancia cero ante la violencia institucional

Cada vez que una jueza no dicta medidas de protección, cada vez que un agente se burla de una víctima, cada vez que un sistema judicial cuestiona a quien denuncia, se perpetúa el sistema patriarcal que permite la violencia.

  1. Medios de comunicación responsables

Basta ya de titulares sensacionalistas y del uso del término “crimen pasional”. Los medios deben dejar de romantizar la violencia y empezar a informar con responsabilidad, perspectiva de género y rigor.

La hora de la acción

Más de 22 denuncias por hora. Eso significa que, mientras has leído este artículo, al menos una mujer ha denunciado violencia de género en España. ¿Cuántas más estarán llorando en silencio en este mismo instante?

No podemos seguir normalizando la barbarie. No podemos seguir permitiendo que las cifras oculten los rostros. Cada número representa una vida rota, una historia truncada, una mujer que ha decidido romper el silencio —o que aún no ha podido hacerlo.

La violencia machista no es una anécdota, ni un error del sistema, ni un problema privado. Es una crisis estructural que atraviesa todos los espacios: hogares, escuelas, trabajos, redes sociales, instituciones. Y solo se va a erradicar cuando dejemos de mirar hacia otro lado.

Porque la violencia no se denuncia sola. Y las mujeres no pueden, ni deben, enfrentarla solas.