En España, en 2025, todavía seguimos leyendo sentencias judiciales que parecen escritas en otra época, en otro mundo, en otro universo moral. Hombres que asesinan a sus parejas y a quienes los tribunales no solo no castigan con todo el peso de la ley, sino que además les regalan atenuantes como si fueran medallas al mérito.
Lo acabamos de ver con el caso del asesino de Escatrón, en Zaragoza, donde un jurado popular ha evitado que el criminal enfrente la prisión permanente revisable. ¿La razón? Porque la víctima, una mujer, no estaba en situación de especial vulnerabilidad.
¿Y qué es, exactamente, una situación de especial vulnerabilidad? ¿Dormir en la calle? ¿Estar paralizada físicamente? ¿Tener una venda en los ojos? ¿Qué condiciones más tiene que cumplir una mujer para que la justicia considere que estaba indefensa frente a su agresor? ¿No es suficiente, por ejemplo, con estar en casa, con sus criaturas pequeñas, frente al hombre que lleva años ejerciendo control y violencia? ¿Dónde están los parámetros? ¿Dónde está la lógica? ¿Dónde está la empatía?
La justicia patriarcal en versión “con descuento”
El caso de Escatrón es, por desgracia, un espejo nítido de cómo funciona la justicia patriarcal: el acusado confiesa, pide perdón, y mágicamente le aplican la atenuante de confesión. ¿Pero qué confesión es esa, si lo pillaron con el cuchillo en la mano, sangrando, y no le quedaba otra salida? ¿Dónde está el valor añadido de esa confesión? ¿Acaso esperaban que dijera que no fue él, que fue una ilusión óptica?
Y, además, y aquí viene la joya, le aplican otra atenuante: la de reparación del daño. ¿Reparación de qué? ¿Le ha devuelto la vida a la víctima? ¿Ha resucitado a la víctima? No. Ha pagado una pequeña cantidad de dinero, una limosna legal, para maquillar su culpa. Y con eso, el tribunal entiende que hay “intención de reparar”. ¿De verdad esta es la justicia que tenemos? ¿Unos billetes en una cuenta bancaria equivalen a una vida perdida?
El delirio celotípico: la carta blanca para asesinar
Como si todo esto no fuera suficiente, al asesino también se le concede una tercera atenuante: la alteración psíquica, derivada de un supuesto delirio celotípico. Este concepto médico, que suena muy técnico pero que es usado en los tribunales con una ligereza que espanta, significa básicamente: “Estaba muy celoso y se le fue la cabeza”. Y esto, que debería encender todas las alarmas sobre la peligrosidad del sujeto, se convierte en una razón para restarle culpa.
¿Acaso no es más grave matar a alguien en medio de un delirio de posesión y celos? ¿Acaso no demuestra eso que el asesino es una amenaza pública, una bomba emocional con patas? Pues no. En nuestra justicia, estar desquiciado por celos te puede rebajar la pena. Es decir, si te obsesionas con que tu pareja te engaña y decides matarla, no eres tan culpable. Porque estabas enfermo. Porque eras una víctima de tu propia mente. Porque, pobrecito, tú también sufrías.
Esto no es justicia. Esto es complicidad.
Las drogas como anestesia judicial
Y si encima resulta que el agresor estaba bajo los efectos de sustancias, ya tenemos el pack completo. Porque el Código Penal también contempla la intoxicación como un atenuante. Sí, has leído bien: si vas drogado y matas a alguien, eso puede jugar a tu favor. Como si consumir drogas te convirtiera en un ente abstracto que no sabe lo que hace.
Pero lo cierto es que muchos de estos agresores consumen a sabiendas de lo que provocará ese estado alterado. Es más: en muchos casos, el consumo es parte de la escalada de violencia, un catalizador para armarse de valor, para desinhibirse, para dar el paso final. Y, aun así, los jueces siguen considerando que estaban «mermadas sus capacidades cognitivas», y que por tanto merecen menos castigo. Menos castigo. Por asesinar.
El precio de la vida de una mujer
El mensaje es demoledor: si matas a tu pareja, asegúrate de hacerlo mientras estás bajo los efectos de algo. Asegúrate de tener un historial de celos. Pide perdón. Y pon dinero sobre la mesa. Si cumples con estos pasos, podrás evitar la prisión permanente. Podrás tener una condena reducida. Podrás salir antes. Podrás reconstruir tu vida.
Ella no. Ella está muerta.
Y sus criaturas, tendrán que crecer sabiendo que la justicia le dio más valor a una confesión oportunista, a una excusa psiquiátrica y a una transferencia bancaria, que a la vida de su madre.
La revictimización como norma
Esta manera de impartir justicia es una forma más de violencia institucional. Es revictimizar a las mujeres incluso después de muertas. Es enviar el mensaje de que sus vidas valen menos. Que sus muertes se pueden explicar. Que sus asesinos tienen excusas válidas. Y que sus hijas e hijos no merecen una justicia ejemplar, sino una rebaja por “buen comportamiento”.
Y no, no es una excepción. Es una rutina. Una rutina envuelta en toga, firmada por jurados populares que beben de los mismos prejuicios sociales que banalizan la violencia machista. Porque sí, hay que decirlo: el jurado que decidió que esta mujer no estaba en especial vulnerabilidad también forma parte de esa cultura que minimiza la violencia machista, que la considera un asunto privado, que cree que los celos son una prueba de amor, y que reserva su empatía para los asesinos, no para las víctimas.
¿Y si cambiamos las reglas del juego?
Desde Somos Más lo decimos sin rodeos: basta ya de atenuantes para agresores machistas. Basta de reducir penas a quienes asesinan mujeres con excusas de manual. Si hay delirio celotípico, es una agravante. Si hay consumo de drogas, es una agravante. Si hay menores presentes, es una agravante. Y si hay confesión interesada, no es reparación, es estrategia legal.
No queremos justicia poética. Queremos justicia real. Queremos un sistema penal que no se arrodille ante la lógica patriarcal del perdón y la indulgencia. Queremos que el asesinato de una mujer no tenga precio. Que no se rebaje. Que no se maquille. Que no se comprenda.
Queremos que las criaturas que sobreviven a estos crímenes crezcan sabiendo que el Estado protegió la memoria de sus madres. Que hizo lo correcto. Que no se dejó engañar por diagnósticos interesados ni por arrepentimientos de última hora.
Porque lo contrario, lo que tenemos hoy, no es justicia. Es una farsa. Y esa farsa, aunque lleve toga y hable en latín, sigue alimentando la maquinaria del machismo que nos mata.
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