En agosto salió a la luz un caso que, por desgracia, no es nuevo ni aislado: un grupo de Facebook italiano llamado Mia Moglie (“Mi esposa”), con más de 30 000 miembros y activo durante casi siete años, donde hombres compartían imágenes íntimas de sus parejas —muchas sin consentimiento, otras incluso generadas por inteligencia artificial— acompañadas de comentarios misóginos y denigrantes.

La escritora Carolina Capria denunció públicamente la existencia del grupo y, tras una oleada de quejas, Meta se vio obligada a cerrarlo. Eso sí, tras demasiados años de inacción. Este caso se ha convertido en un espejo incómodo: ¿de verdad podemos seguir creyendo que estas prácticas son excepcionales?

El eco internacional del “caso aislado”

El grupo italiano no es una anomalía. Es la punta visible de un iceberg que atraviesa países, plataformas y generaciones:

  • Portugal: un canal de Telegram con más de 70 000 miembros difundía fotos íntimas sin consentimiento.

  • China: se detectó un grupo con más de 100 000 usuarios que compartían grabaciones explícitas, incluidas de menores.

  • Corea del Sur: el fenómeno del molka, las cámaras espía en baños y vestuarios, ya había registrado casi 7 000 casos en 2018.

  • Estados Unidos: el asesinato de Bianca Devins, una adolescente cuya imagen fue difundida en redes sociales tras su muerte, mostró cómo la violencia digital puede convertirse en espectáculo morboso.

El espejo español: casos recientes

España tampoco está libre de esta realidad:

  • En Logroño y Soria, dos jóvenes fueron detenidos por grabar y difundir imágenes íntimas de al menos 50 mujeres. Usaban cámaras ocultas y software para compartir el material en grupos privados.

  • En Santander, un hombre fue arrestado por instalar cámaras en los vestuarios de un gimnasio para grabar a mujeres mientras se duchaban.

  • Según estudios recientes, el 97 % de los jóvenes en España ha sufrido alguna forma de violencia sexual digital antes de los 18 años.

Más allá de la pantalla: daños y consecuencias

La violencia digital no se queda en internet:

  • Legales: en Italia se castiga con hasta 6 años de cárcel y en España también está tipificada como delito, incluso cuando la persona consintió en hacerse la foto pero no en difundirla.

  • Personales: ansiedad, depresión, pérdida de confianza, estigmatización social y profesional, e incluso riesgo de suicidio.

  • Culturales: la normalización de espacios donde se cosifica a las mujeres y se legitima la violencia bajo el disfraz de “ser hombre”.

Un patrón que se repite

Lo que vemos en Italia, Portugal, China, Corea o España responde al mismo guion: hombres agrupados en comunidades digitales que validan su masculinidad a través de la cosificación de las mujeres. Plataformas que presumen de tolerancia cero pero miran hacia otro lado mientras acumulan millones de interacciones. Y víctimas que deben luchar no solo contra sus agresores, sino contra un sistema que todavía pone más trabas que soluciones.

Conclusión

El caso de Italia no es un “caso aislado”: es un recordatorio brutal de que la violencia digital contra las mujeres es una epidemia global. Las leyes avanzan despacio, las plataformas tecnológicas responden tarde y mal, y la cultura patriarcal se recicla con cada nueva herramienta digital.

Mientras tanto, las víctimas cargan con el coste. Y nuestra responsabilidad, como sociedad, es no mirar hacia otro lado.