Cada año, cuando se acerca diciembre, los mismos titulares se repiten con la precisión de un reloj roto: “Las víctimas de violencia de género corren mayor peligro durante las fiestas”, “Las tensiones familiares aumentan el riesgo”, “Hay que estar alerta”.
Y, una vez más, el foco se desvía hacia las mujeres, hacia su entorno, hacia la familia, hacia el clima festivo… hacia todo y todos, menos hacia los agresores.
Alertar del “peligro del periodo navideño”, no hace sino reforzar una narrativa institucional que, aunque disfrazada de prevención, sigue reproduciendo el mismo patrón de culpabilización encubierta. Porque cuando se habla del “peligro de la Navidad”, del “peligro de las fiestas” o del “peligro de las discusiones familiares”, se borra al verdadero peligro: el maltratador.
No es el villancico, es el violento
La Navidad no mata. Las luces no golpean. Los turrones no controlan el móvil de nadie. Los niños no presencian agresiones por culpa del árbol decorado ni los Reyes Magos reparten órdenes de alejamiento.
Quien mata, golpea, humilla, persigue, acosa y destruye vidas tiene nombre, tiene rostro y, en demasiadas ocasiones, tiene antecedentes.
El peligro no está en la fecha del calendario, sino en los hombres que siguen sintiéndose dueños de la vida y la libertad de las mujeres.
Cada año, con el fin de las clases, los reencuentros familiares y los periodos de vacaciones, las instituciones recuerdan “la necesidad de extremar la precaución”. Pero ¿a quién se dirige esa advertencia? A las mujeres, por supuesto.
El mensaje subyacente es siempre el mismo: “ten cuidado, puede pasar algo”.
Es decir: si te pasa algo, será porque no tuviste suficiente cuidado.
Y así se perpetúa la cultura de la prevención sobre las víctimas, en lugar de la cultura de la responsabilidad sobre los agresores.
El discurso del peligro desplazado
Llevamos décadas escuchando lo mismo con distintos envoltorios:
- “Evita volver sola a casa.”
- “No bebas demasiado.”
- “Cuidado con tu pareja si notas que se pone nervioso.”
- “Busca apoyo en tu entorno.”
- “No le provoques.”
Todo eso suena exactamente igual que decir: “adáptate tú, porque el violento no lo hará.”
Hablar del “peligro del periodo navideño” es la enésima versión del mismo relato. Un relato que convierte el calendario en amenaza, mientras el verdadero peligro, el agresor, queda diluido, anónimo, sin responsabilidad.
¿Dónde están las advertencias dirigidas a ellos? ¿Dónde las campañas que los interpelan directamente, no desde el paternalismo, sino desde la rendición de cuentas?
Mientras el sistema siga centrando el problema en las víctimas, el problema seguirá creciendo.
Tres años de pactos rotos y fondos sin ejecutar
Este tipo de declaraciones institucionales no surgen en el vacío. Llevamos años con un Pacto de Estado contra la Violencia de Género que no llega a las víctimas cuando lo necesitan. Las ayudas tardan meses, los programas de emergencia están saturados, los juzgados siguen sin formación de género suficiente y los agresores continúan recibiendo beneficios penitenciarios, reducciones de pena o cursos “reeducativos” online.
Es decir, el Estado advierte del peligro, pero no protege de él con eficacia.
Y cuando el propio sistema no garantiza protección real, es un insulto culpar implícitamente al contexto festivo de los asesinatos.
Durante la Navidad pasada, ocho mujeres fueron asesinadas en España. No las mataron las fiestas. Las mataron hombres. Algunos estaban denunciados, otros habían incumplido medidas cautelares. Y todos actuaron con una certeza inquietante: que podían hacerlo.
Una pedagogía institucional de la impotencia
El mensaje que se transmite es perverso: “la violencia aumenta en Navidad, por tanto, debemos estar alerta”.
Pero ¿qué tipo de pedagogía social se construye sobre el miedo?
Una que enseña a las mujeres a sobrevivir, no a vivir.
Una que enseña a las familias a observar, no a intervenir.
Una que enseña a la sociedad a aceptar como inevitable que cada diciembre haya una “ola” de feminicidios.
Esa pedagogía del miedo es funcional al machismo, porque convierte la violencia en un fenómeno meteorológico, algo que “pasa” cuando baja la temperatura, como si fuera una tormenta. El resultado es devastador: se despolitiza la violencia, se desresponsabiliza al agresor y se desactiva la urgencia de la acción pública.
La violencia machista no es un accidente estacional. Es un problema estructural, sostenido por siglos de impunidad y por un sistema judicial que sigue dando margen a quien mata.
¿Dónde están los hombres en este relato?
El titular “peligro del periodo navideño” encierra una omisión: los hombres desaparecen de la ecuación.
Ni una palabra sobre su responsabilidad.
Ni una sobre la necesidad de intervención preventiva con agresores.
Ni una sobre la obligación de los cuerpos de seguridad de controlar a quienes tienen antecedentes de violencia machista.
Ni una sobre los fallos de los juzgados que liberan a maltratadores reincidentes.
Todo se traduce en un “peligro difuso” que parece surgir de la nada. Pero la violencia tiene sujeto.
No se puede hablar de “peligro para las víctimas” sin nombrar quién lo genera.
Cada titular que omite al agresor contribuye a mantener la ilusión de que el problema está en las circunstancias, no en las conductas.
Y mientras tanto, ellos siguen en la calle, impunes, amparados por una retórica que los borra.
De los minutos de silencio a los minutos de acción
Cada año, tras el recuento de víctimas, llegan los minutos de silencio, los lazos morados y las frases de condolencia.
Pero las mujeres no necesitamos minutos de silencio, sino años de acción
política coherente.
Necesitamos medidas que no se limiten a “recordar el peligro”, sino a neutralizarlo.
Necesitamos un sistema judicial que no tolere acuerdos de conformidad por asesinatos machistas.
Necesitamos un Estado que no permita que un hombre con antecedentes de violencia tenga acceso a armas, a visitas con sus hijos o a permisos penitenciarios.
Y necesitamos una prensa que deje de titular como si las fiestas fueran el asesino.
Responsabilidad institucional, no alarma mediática
El discurso de “precaución navideña” es una forma elegante de lavarse las manos.
Las instituciones advierten, los medios amplifican, la sociedad asiente y el ciclo se repite.
Pero la prevención real exige acción concreta:
- Control efectivo de los maltratadores con medidas de alejamiento.
- Refuerzo de los servicios 24h durante periodos festivos.
- Coordinación entre fuerzas policiales, juzgados y servicios sociales.
- Protocolos específicos para reincidentes.
- Protección inmediata para mujeres en riesgo sin que tengan que demostrar que su peligro es “suficiente”.
Todo lo demás es retórica vacía y cobardía política.
La carga que siempre recae sobre nosotras
Es insoportable escuchar, año tras año, mensajes que nos piden “estar atentas”, “buscar apoyo”, “no quedarnos solas”, “no discutir”.
¿Y ellos? ¿A ellos quién les dice que no insulten, que no controlen, que no golpeen, que no maten?
A las mujeres se nos exige prudencia. A los hombres, se les concede excusa.
Nosotras tenemos que “protegernos”. Ellos, con suerte, reciben una charla sobre “gestión emocional” y salen a la calle antes de cumplir condena.
Esa asimetría es el corazón del problema. Porque mientras el Estado siga tratándonos como potenciales víctimas a las que “cuidar”, y no como ciudadanas con derecho a vivir sin miedo, seguirá reforzando la misma estructura de desigualdad que alimenta la violencia.
El silencio cómplice de los medios
La mayoría de los titulares sobre el tema repiten la fórmula:
“Aumenta el peligro para las mujeres durante las fiestas.”
Pero apenas se lee: “Aumenta la impunidad de los agresores durante las fiestas.”
Los medios siguen el juego institucional, repitiendo el marco narrativo que invisibiliza al violento y culpabiliza al entorno. Porque decir “peligro navideño” suena más inofensivo que decir “los hombres matan más a sus parejas cuando están de vacaciones”.
Sin embargo, eso es lo que ocurre.
La violencia machista no se intensifica por la Navidad: se intensifica por la falta de control sobre los agresores.
De la prevención al control real
Si de verdad se quisiera prevenir, la alerta navideña debería centrarse en ellos:
- En los hombres con antecedentes.
- En quienes han incumplido órdenes de alejamiento.
- En quienes tienen denuncias previas archivadas.
- En quienes manipulan a sus hijos para seguir dominando a su expareja.
Eso sí sería una alerta con sentido. No advertir a las mujeres, sino controlar a los violentos.
El Estado tiene los datos, los nombres, las direcciones y las medidas cautelares.
Tiene el poder de prevenir. Pero no lo ejerce. Prefiere advertir, porque advertir es más barato y políticamente más cómodo.
Dejar de culpar el calendario
El peligro no es diciembre, ni la Navidad, ni el champán.
El peligro es un sistema que sigue hablando del riesgo de las víctimas sin señalar la responsabilidad de los agresores.
El peligro es una justicia que reduce condenas y una política que convierte la prevención en campaña institucional de temporada.
El peligro es creer que con alertas y ruedas de prensa se salvan vidas, cuando lo que se necesita es acción, inversión y valentía.
Mientras se siga culpando al entorno, a la familia o a las fiestas, seguiremos leyendo los mismos titulares cada año.
Y cada año, otras mujeres serán asesinadas por los mismos hombres a los que nadie quiso nombrar.
La Navidad no mata. Ellos sí. Y el Estado que mira hacia otro lado, también.
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