Cinco mujeres asesinadas en apenas unos días. Cinco vidas truncadas por la violencia machista. Cinco historias que no deberían haber terminado así y que vuelven a situarnos frente a una realidad incómoda: la violencia de género no es un problema puntual, es estructural.

No hablamos de hechos aislados ni de sucesos imprevisibles. Hablamos de un patrón que se repite, de señales que muchas veces estaban ahí y de un sistema que, una vez más, no fue capaz de proteger a tiempo.

Diciembre: un mes especialmente peligroso

Los periodos festivos suelen incrementar el riesgo para muchas mujeres. El aumento del tiempo de convivencia, las tensiones familiares, el consumo de alcohol o la presión social pueden agravar situaciones ya violentas.

Por eso, en fechas como estas, la prevención y la vigilancia deberían reforzarse, no relajarse. Las señales de alerta no desaparecen por Navidad.

Intercambios de custodia: el momento más vulnerable

Muchos asesinatos machistas se producen:

  • durante entregas o recogidas de menores,

  • en los días previos o posteriores al reparto vacacional,

  • tras discusiones relacionadas con custodias, visitas o cambios de planes.

No son encuentros neutrales. Son situaciones de exposición directa, a menudo sin acompañamiento, sin supervisión y sin una valoración real del riesgo.

A pesar de ello, el sistema sigue tratando estos intercambios como un trámite administrativo más, cuando para muchas mujeres son momentos de auténtico pánico.

No son cifras, son vidas

Cada vez que se habla de violencia de género en términos numéricos corremos el riesgo de deshumanizarla. Pero detrás de cada número hay una mujer con un nombre, una historia, un entorno, hijas e hijos, amistades y una vida que merecía ser vivida sin miedo.

Cinco asesinatos en tan corto espacio de tiempo no son una casualidad. Son la expresión más extrema de una violencia cotidiana que muchas mujeres sufren durante años en silencio, atrapadas en relaciones marcadas por el control, la humillación y el miedo.

Hijos e hijas también son víctimas

Cuando un hombre asesina a la madre de sus hijos:

  • no está ejerciendo un “conflicto familiar”,

  • está cometiendo violencia vicaria,

  • está destruyendo deliberadamente el núcleo emocional de sus hijas e hijos.

Usar a los menores como excusa para mantener contacto o control no es coparentalidad. Es violencia. Y debe ser tratada como tal.

El problema no empieza con el asesinato

La violencia machista no comienza el día que se produce un crimen. Empieza mucho antes:

  • con el control,

  • con el aislamiento,

  • con la normalización del maltrato psicológico,

  • con la falta de recursos,

  • con la desconfianza en que denunciar sirva para algo.

En muchos casos, las víctimas ya habían pedido ayuda. Algunas habían denunciado, otras habían contado su situación a su entorno. Y, aun así, la protección no fue suficiente o llegó tarde.

Un sistema que sigue fallando

Cuando una mujer es asesinada por su pareja o expareja, la pregunta no debería ser solo “qué pasó”, sino qué falló antes:

  • ¿Se valoró correctamente el riesgo?

  • ¿Existían recursos suficientes de protección y acompañamiento?

  • ¿Hubo seguimiento real de las medidas adoptadas?

  • ¿Se escuchó a la víctima con la seriedad que merecía?

Cada asesinato machista es también una derrota institucional y social. No basta con condenar los hechos después; la verdadera responsabilidad está en prevenirlos.

La violencia de género nos interpela a todas y todos

Este no es un problema “de mujeres”. Es un problema social que exige:

  • políticas públicas firmes y bien dotadas,

  • formación real para quienes evalúan el riesgo,

  • recursos suficientes para la protección y recuperación de las víctimas,

  • implicación comunitaria y educativa.

Callar, minimizar o mirar hacia otro lado también perpetúa la violencia.

Ni una más: de la indignación a la acción

Cada vez que una mujer es asesinada, repetimos “ni una más”. Pero esa frase solo tiene sentido si se traduce en acciones concretas, sostenidas en el tiempo y con perspectiva de género.

Desde Somos Más lo decimos claro: no podemos normalizar esta violencia ni resignarnos a que siga ocurriendo. Exigir protección real, acompañamiento efectivo y justicia preventiva no es radicalidad: es sentido común y humanidad.

Porque ninguna mujer debería vivir con miedo.
Porque ninguna debería morir por querer vivir libre.