Hablemos claro: la manosfera no es una leyenda urbana ni una rabieta de “feminazis”. Es una red muy real de blogs, podcasts y canales que venden un supuesto despertar masculinista.
Allí se reúnen personajes que se dibujan como víctimas de un feminismo “totalitario” y que pintan un mundo donde los hombres estarían sometidos a mujeres y minorías. El marketing es sencillo: vídeos cuidados, mucha emotividad y un toque de “humor” para que el odio parezca ironía.
Investigadores como Emily Setty y J. Burnard explican que estos contenidos enganchan a los adolescentes porque transforman el rechazo al feminismo en un sentimiento de pertenencia.
Y funciona: la Fundación FAD advierte que estos espacios ya son un pilar en la socialización de los jóvenes porque construyen masculinidades que legitiman el antifeminismo.
Un Tío Blanco Hetero y el mito de la violencia “sin género”
¿Quién da la cara por el negacionismo en casa? En España, la figura más mediática es Sergio Candanedo, alias Un Tío Blanco Hetero (UTBH). Sus vídeos y entrevistas insisten en que el machismo no explica la violencia contra las mujeres y reducen las agresiones a discusiones de pareja.
Para rematar, suelta perlas como que “tenemos una pedrada en la cabeza con eso del género” y que este país es “seguro para las mujeres”. La ironía es que UTBH fue condenado por incitar el acoso contra la artista feminista Yolanda Domínguez. Su discurso, por tanto, no se queda en la teoría.
Su mantra coincide con el de la extrema derecha: “la violencia no tiene género”. El Barómetro Juventud y Género 2021 revela que uno de cada cinco chicos entre 15 y 29 años comparte esa idea.
No es un detalle menor; significa negar que la desigualdad estructural de género está detrás de las agresiones y vaciar de contenido las leyes de protección. En los foros de la manosfera, el estribillo “los hombres también sufren” se utiliza como si fuera la prueba definitiva de que hay una discriminación inversa.
Roma Gallardo y el negocio de la provocación
Otro rostro conocido es el asturiano Roma Gallardo, experto en montar entrevistas callejeras para ridiculizar leyes feministas, derechos LGTBI y a activistas como Sindy Takanashi o las ministras Irene Montero e Ione Belarra.
Tras la aprobación de la Ley Trans, Gallardo se burló diciendo que iba a cambiarse de sexo “de manera inmediata” para “beneficiarse” de los privilegios de ser mujer. El detalle técnico de que ese trámite tarda meses no parece importarle: la intención es sembrar la idea de que ser mujer es un chollo.
Cuando sus bromas no bastan, Gallardo entra en materias jurídicas. En un hilo viral, aseguró que el agravante de género del Código Penal es “ilícito e inconstitucional”. Un tuitero le recordó que el agravante por sexo lleva décadas vigente y que el de género se adoptó siguiendo el Convenio de Estambul para reconocer que las agresiones tienen raíces en los roles y expectativas patriarcales.
En otras palabras: la violencia de género existe porque hay hombres que creen que las mujeres deben ser sumisas. Ese matiz, claro, no encajaba en su discurso.
El asturiano no juega solo. En The Wild Project de Jordi Wild, ambos dedicaron un programa a hablar de feminismo, inmigración y Vox. Allí Gallardo sostuvo que España discrimina a los hombres porque hay ayudas “solo para ellas”.
Para muchos seguidores, esas frases sirven de atajo: ya no necesitan leer los programas de los partidos de extrema derecha porque el relato anti‑feminista se lo cuentan sus youtubers de cabecera.
Influencers internacionales y la traducción del odio
La manosfera patria no inventa nada: copia y pega modelos internacionales como Andrew Tate. Este empresario británico salió de Big Brother tras difundirse un vídeo en el que agredía a una mujer y desde entonces se dedica a vender supremacismo masculino. Tate asegura que el acoso sexual está exagerado y que, si una mujer se expone a una violación, “debe asumir alguna responsabilidad”.
Organizaciones alertan que su discurso radicaliza a hombres y niños y recuerdan que en 2022 su nombre fue más buscado en Google que el de Donald Trump o Kim Kardashian. En diciembre de ese año la justicia rumana lo detuvo, junto a su hermano, por su presunta implicación en una red de trata de personas.
En Latinoamérica triunfa Luis Castilleja, alias El Temach, gurú del “masculinismo” que insta a los hombres a volver a ser proveedores. Castilleja aplaudió al futbolista Chicharito cuando este compartió vídeos donde se quejaba de que las mujeres quieren un hombre que mantenga la casa pero consideran patriarcal que les pidan limpiar y les recomendó cultivar su “energía femenina”. Ver a un deportista famoso amplificando estas ideas demuestra cómo el mensaje misógino salta de los nichos digitales al prime time.
¿Por qué cala el negacionismo?
La penetración de estos discursos no sería posible sin el empujón de las plataformas. Un estudio de las universidades de Kent y UCL demuestra que los algoritmos de TikTok multiplican por cuatro las recomendaciones de contenido misógino en apenas cinco días, convirtiéndolo en parte del menú diario de los usuarios jóvenes. Además, muchos chicos veneran a personajes como Andrew Tate y están más dispuestos que sus mayores a creer que el feminismo ha sido perjudicial.
Los efectos de esa dieta informativa se ven en las encuestas. El Barómetro Juventud y Género 2021 señala que el porcentaje de chicos que piensa que la violencia de género es un invento ideológico se disparó del 11 % en 2019 al 20 % en 2021. Otro estudio, citado por RTVE, revela que la mitad de los jóvenes cree que la violencia afecta por igual a hombres y mujeres, es decir, niega la propia definición de violencia de género.
Estos datos se alimentan de bulos, como la necesidad de “firmar un contrato” para mantener sexo consensuado o de que las mujeres gozan de privilegios legales.
Consecuencias y respuestas necesarias
Que nadie se equivoque: esto no va solo de una batalla cultural. El auge del discurso misógino tiene consecuencias directas sobre la seguridad de las mujeres y sobre la convivencia democrática. La narrativa de que el feminismo oprime a los hombres sirve de coartada para políticas regresivas y alimenta comunidades en las que humillar y acosar es casi un deporte.
La manosfera funciona como una red de hostigamiento coordinado; movimientos como Gamergate organizaron campañas para expulsar a las mujeres de los espacios en línea. En España, los mensajes de youtubers como UTBH o Gallardo fomentan el desprecio y se traducen, en ocasiones, en linchamientos digitales.
¿Cómo se frena esta ola? No hay una solución mágica, pero sí varios frentes:
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Alfabetización mediática y tecnológica. Toca educar a las nuevas generaciones para que reconozcan bulos, sesgos algorítmicos y técnicas de manipulación. La Fundación FAD y el Centro Reina Sofía ya trabajan en crear un ‘LeftTube’ con contenido progresista para contrarrestar estas narrativas.
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Responsabilidad de las plataformas. TikTok, YouTube e Instagram no pueden seguir lucrándose con la viralidad del odio. Ajustar algoritmos y cerrar cuentas reincidentes debería ser parte de sus obligaciones.
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Promoción de masculinidades alternativas. Hace falta mostrar a los chicos que hay otras formas de ser hombre que no pasan por dominar a nadie. Movimientos como HeForShe y proyectos de nuevas masculinidades son un buen punto de partida.
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Apoyo a víctimas y defensa legal. Las mujeres y las personas LGTBI no pueden quedarse solas frente al acoso. Necesitan recursos legales y psicológicos, y el respaldo de instituciones y comunidades que las protejan. La manosfera se nutre del aislamiento; la respuesta debe ser colectiva.
Los influencers misóginos no son un fenómeno minoritario ni inofensivo. La manosfera española —con caras como UTBH y Roma Gallardo— y la importación de modelos como Andrew Tate o El Temach han tejido un relato que seduce a muchos jóvenes y les convence de que la violencia de género no existe y de que el feminismo es el enemigo. Este discurso se alimenta de algoritmos que premian el contenido escandaloso y se legitima con bulos.
Para desmontarlo, necesitamos datos rigurosos, educación en igualdad y una reflexión crítica sobre las plataformas que amplifican el odio.
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