Los resultados del Barómetro de Opinión de Infancia y Adolescencia 2023-2024 deberían habernos dejado helados. No por lo que revelan —que ya lo intuíamos—, sino porque vuelven a demostrar que en este país seguimos sordos ante los gritos silenciosos de nuestros niños y adolescentes. Que el abuso sexual infantil siga figurando entre sus principales preocupaciones no es una casualidad, es una alarma ensordecedora. Una señal de que estamos fallando estrepitosamente.
Una radiografía nacional: los menores nos están gritando
El barómetro, elaborado a partir de miles de encuestas a menores de entre 10 y 17 años en todo el Estado, muestra una tendencia clara: el abuso sexual infantil está entre las tres principales preocupaciones de la infancia y adolescencia en España. ¿Cómo no va a estarlo, si una de cada cinco niñas y uno de cada trece niños han sufrido algún tipo de abuso antes de los 17 años, según datos de Save the Children?
Lo más escandaloso no es que lo sepan, es que lo sienten cerca. Lo intuyen. Lo viven. Lo callan, muchas veces porque nadie está escuchando.
Las Comunidades Autónomas: contrastes y silencios
Cuando analizamos los datos por comunidades autónomas, el panorama es preocupante y desigual. Las comunidades que más reconocen esta preocupación en sus menores coinciden, curiosamente, con las que han tenido casos públicos de escándalos, negligencias o redes de explotación infantil tapadas por instituciones.
Baleares: la herida abierta
Baleares se sitúa a la cabeza de la preocupación, y no es para menos. La comunidad arrastra el escándalo de menores tuteladas explotadas sexualmente bajo la «tutela» del sistema público. Los adolescentes de Baleares no necesitan estadísticas para temer los abusos: han visto cómo el sistema que debería protegerlos se convierte en cómplice o en verdugo.
Comunidad Valenciana y Cataluña: sensibilización a la fuerza
En la Comunidad Valenciana y Cataluña, la preocupación también es alta. Parte de ello puede atribuirse a un trabajo sostenido en campañas de sensibilización, pero también al eco de casos judicializados que han obligado a mirar donde antes se miraba hacia otro lado. Los adolescentes en estas comunidades no se creen inmunes. Saben que el monstruo puede vivir en casa, en la escuela, o en las instituciones.
Madrid: el negacionismo institucional
Madrid, pese a ser una de las comunidades con más población infantil y adolescente, refleja niveles más bajos de preocupación expresada por abusos sexuales, lo cual no es un alivio, sino un síntoma más del apagón institucional que domina la capital. Donde no se habla, no se reconoce. Donde se invisibiliza, se perpetúa.
Y en Aragón… ¿también callamos?
Llegamos a Aragón, la tierra que nos acoge como colectivo y donde trabajamos para transformar realidades. Aquí el barómetro muestra un dato inquietante: la preocupación por los abusos sexuales ha aumentado notablemente con respecto al periodo anterior, situándose por encima de la media estatal.
¿Y cuál ha sido la respuesta institucional? Silencio. Ni una campaña seria. Ni una respuesta integral. Ni una autocrítica.
Una cultura del silencio y del tabú
En Aragón se sigue considerando el abuso sexual infantil como un tema incómodo, marginal, algo que «no pasa aquí». Las cifras dicen lo contrario. Las víctimas también. Y lo peor: los abusos en entornos cercanos siguen siendo silenciados por miedo, vergüenza o complicidad.
Nos llegan testimonios de niñas aragonesas que fueron abusadas por familiares y que, al contarlo, no sólo no recibieron apoyo, sino que fueron aisladas, culpabilizadas, o reubicadas fuera del entorno mientras el agresor seguía como si nada.
En los centros educativos aragoneses no se habla de consentimiento, no se forman los equipos docentes en detección de señales, no hay equipos especializados de intervención rápida. Lo que sí hay es mucho protocolo dormido en cajones, esperando no tener que ser activado nunca.
Servicios sociales saturados y desbordados
Los equipos de atención a menores en Aragón están infra financiados, desbordados y muchas veces mal coordinados. Hay psicólogas que atienden decenas de casos con gravedad extrema sin los recursos necesarios. Y si hablamos del medio rural, la situación es aún más crítica: ni hay unidades especializadas, ni transporte garantizado, ni acceso igualitario a protección o atención psicológica.
¿Qué dice este barómetro realmente?
Que nuestros niños y adolescentes no son ingenuos. Que entienden más de lo que nos gustaría reconocer. Que sienten miedo, desconfianza, y muchas veces una profunda soledad. Pero también, que tienen una conciencia clara de lo que les preocupa y del riesgo que enfrentan.
Y lo que más duele es que nos están dando la oportunidad de actuar. Nos están poniendo el foco en un problema estructural. Y seguimos sin mover ficha.
¿Dónde están las políticas públicas valientes?
España tiene leyes. Tiene discursos bonitos. Tiene hasta un Ministerio de Derechos Sociales que habla de infancia en ruedas de prensa. Pero a la hora de aterrizar en medidas concretas, seguimos muy por debajo del mínimo ético.
Hace falta:
- Educación afectivo-sexual obligatoria y seria en todos los niveles educativos.
- Formación y especialización para profesorado, orientadores y personal sanitario.
- Equipos multidisciplinares para detectar y actuar ante señales de abuso.
- Refuerzo urgente de servicios sociales y atención psicológica en zonas rurales.
- Campañas públicas de sensibilización con impacto real y enfoque feminista.
Aragón, despierta. No podemos fallarles más
Desde Somos Más, no vamos a quedarnos calladas. Sabemos que cada testimonio silenciado es un crimen compartido. Por eso impulsamos herramientas como Alerta Violeta, porque si la administración no mide, no detecta ni actúa, lo haremos desde la sociedad civil. Con ética, con compromiso y con furia.
El barómetro es solo una foto. Pero lo que retrata es una infancia que no quiere más excusas. Se necesita adultos que actúen con valentía. Que exige que el dolor deje de ser invisible. Y, sobre todo, que no quiere crecer en un país que prefiere callar antes que proteger.
Escuchemos. Actuemos. Ya no hay tiempo.
Porque cuando una niña tiene más miedo de hablar que de lo que le hacen, el problema ya no es el agresor. El problema somos todos.
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