El caso de Gisèle Pelicot, que ha conmocionado a Francia y al mundo entero, nos enfrenta una vez más a la oscura realidad de la violencia sexual y de género, perpetrada, amparada y silenciada por hombres que, lejos de ser «monstruos» o «enfermos«, forman parte de una sociedad que sigue deshumanizando y cosificando a las mujeres.

El juicio que se está llevando a cabo en Aviñón expone la terrible historia de una mujer que fue drogada durante años por su propio marido, Dominique Pelicot, para que decenas de hombres la violaran en su propia casa.

Desde nuestra perspectiva, no podemos quedarnos en el mero relato de los hechos, debemos profundizar en lo que este caso refleja: una sociedad que, en lugar de proteger a las víctimas, sigue permitiendo que los agresores se escuden en el silencio y la complicidad. Los hombres que participaron en estos crímenes no eran individuos marginados ni padecían ninguna patología especial; eran bomberos, policías, enfermeros, periodistas… Hombres comunes que, sin vacilar, siguieron las instrucciones de otro hombre para cometer las violaciones.

Este detalle es clave, porque muestra cómo la cultura machista y patriarcal sigue impregnando cada rincón de la sociedad.

Un cambio necesario: De la vergüenza de las víctimas a la responsabilidad de los agresores

La frase «La vergüenza debe cambiar de bando» no es solo un grito de justicia; es una denuncia de cómo, históricamente, las víctimas han cargado con el peso de los crímenes cometidos contra ellas, mientras los agresores se amparaban en el silencio colectivo y la minimización de sus actos.

En el caso de Gisèle Pelicot, fue ella quien decidió testificar, mostrando su rostro ante el mundo, mientras sus agresores ocultan el suyo. No es solo una cuestión simbólica; es una manifestación de cómo las mujeres siguen teniendo que enfrentarse a un sistema judicial y social que, en demasiadas ocasiones, las pone bajo sospecha.

Pero, el verdadero problema no está solo en los casos más brutales y visibles de violencia de género. El problema es estructural y reside en la propia cultura que sigue justificando, normalizando e invisibilizando la violencia machista.

No son monstruos: Son hombres comunes

Es fácil desviar la atención y señalar a los agresores como «monstruos» o «enfermos», y es precisamente este error lo que impide que abordemos el machismo estructural. Es un mecanismo que los hombres, en general, utilizan para desvincularse de la raíz de estas violencias.

Pero lo cierto es que estos actos no son aberraciones cometidas por individuos aislados. Son la consecuencia de una cultura que sigue sin cuestionar seriamente la forma en que los hombres entienden su relación con las mujeres.

La violencia de género no es solo el acto extremo de un marido drogando a su esposa para facilitar violaciones en serie. Es también el silencio de los que, sin participar activamente, observan y no denuncian. Es el peso de una estructura que sigue justificando las agresiones en función del comportamiento de las víctimas.

La autocrítica masculina: Un proceso inaplazable

Para detener esta cadena de violencia, es necesario que los hombres hagan autocrítica. No es suficiente con decir «no todos los hombres«, como ha sido la respuesta habitual de ciertos sectores masculinos en redes sociales. La reflexión debe ir más allá y reconocer que todos somos parte de una cultura que ha permitido y perpetuado la violencia de género.

El machismo no es un problema individual, es un problema colectivo, y cada hombre tiene un papel en su perpetuación o en su erradicación.

Por eso, hacemos un llamado urgente a la reflexión, a la educación y a la acción. No podemos seguir permitiendo que el machismo estructural se perpetúe bajo el silencio o la complicidad. La pelota está en el tejado de los hombres.

Es hora de asumir la responsabilidad que les corresponde en la lucha contra la violencia de género.

Este proceso no será fácil, pero es esencial para que podamos vivir en una sociedad más justa e igualitaria, donde las mujeres no tengan que esconderse y los agresores ya no puedan hacerlo.

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