Vivimos tiempos en los que la opinión pública se convierte en juez, jurado y verdugo, pero no por eso debemos bajar la guardia frente a las sofisticadas estrategias de manipulación que operan en las sombras. Una de ellas, cada vez más frecuente en política, medios y tribunales, es el efecto tinta de calamar: una maniobra de distracción, de victimización, de confusión planificada para enturbiar los hechos, desacreditar la verdad y ganar tiempo o indulgencia.
¿Te suena? Debería. Porque estamos nadando en ese mar espeso, oscuro y maloliente que dejan algunos personajes cuando se ven acorralados. El último caso paradigmático: Dani Alves.
¿Qué es el efecto tinta de calamar?
El término proviene del comportamiento defensivo de ciertos calamares: cuando se sienten amenazados, expulsan una nube de tinta para escapar. En política, justicia o medios de comunicación, el efecto funciona igual: consiste en lanzar múltiples elementos de distracción, falsedades o medias verdades para evitar el foco real, desviar la atención o desdibujar responsabilidades.
Es, en definitiva, una cortina de humo. Pero no una cualquiera: una diseñada con precisión quirúrgica para sembrar confusión, dividir opiniones y, sobre todo, proteger al poderoso.
No se trata solo de mentir, sino de ensuciar el terreno, de crear un entorno en el que ya nadie sepa quién dice la verdad, en el que el juicio social se desgaste, se fragmente, se agote. Es el reino del “todo es relativo”, “nada está claro”, “hay que escuchar las dos versiones”, aunque una sea evidente y la otra grotesca.
Un caso emblemático del efecto tinta de calamar fue la reacción de Donald Trump tras el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. Ante la evidencia de que sus discursos habían alimentado la insurrección, Trump no se defendió con argumentos sólidos. En su lugar, desplegó una nube de tinta gigantesca: teorías conspirativas, denuncias sin pruebas de fraude electoral, acusaciones a los antifascistas, silencio culpable mientras las hordas asaltaban la sede de la democracia estadounidense.
El resultado fue que durante semanas los medios discutían no la culpa del expresidente, sino si había sido “imprudente” o si “no controlaba a sus seguidores”. La tinta había hecho su trabajo.
Otro ejemplo reciente fue el escándalo de Luis Rubiales, expresidente de la Real Federación Española de Fútbol, por su beso forzado a la jugadora Jenni Hermoso durante la celebración del Mundial Femenino. Rubiales no solo negó la evidencia grabada, sino que activó todo un dispositivo de tinta de calamar: dijo que fue un gesto “afectuoso”, que ella “consintió”, que todo era una caza de brujas. Utilizó a su madre, que hizo huelga de hambre (sí, como si esto fuera una zarzuela), se rodeó de testimonios amañados y presentó el caso como una persecución injusta.
El objetivo no era limpiar su nombre, sino ensuciar el de ella y el de quienes lo criticaban. Distracción, victimización, y mucha tinta.
Y ahora… Dani Alves
En febrero de 2024, Dani Alves fue condenado a cuatro años y seis meses de prisión por agresión sexual. La justicia, al fin, actuó. Pero el proceso estuvo impregnado de una estrategia clara: generar confusión, buscar empatía con el agresor, desviar la atención de los hechos esenciales. Otra operación de tinta de calamar. Vamos por partes.
Desde el primer momento, Alves cambió varias veces su versión de los hechos: primero dijo que no conocía a la víctima, luego que sí, luego que fue un encuentro consensuado. Cada versión era una nube de tinta, una maniobra para sembrar dudas, para invitar a pensar que “tal vez no está tan claro”. Lo que se buscaba no era aclarar, sino enturbiar.
Mientras tanto, su equipo mediático —porque esto ya no se trata solo de abogados, sino de estrategas de imagen— trabajaba para mostrarlo como un hombre de familia, un padre ejemplar, un buen profesional, incluso recurriendo al sentimentalismo barato con cartas de su entorno, declaraciones de arrepentimiento y apelaciones a su fama.
Y cuando se acercaba la sentencia, llegó el último chorro de tinta: pagó 150.000 euros de indemnización a la víctima como atenuante para reducir la pena. Legal, sí. Pero profundamente cínico. Porque lo que Alves compró no fue solo una reducción de condena. Compró titulares, opiniones divididas, debates ridículos del tipo “¿es justo que pague y salga antes?”. Lo que hizo fue invertir en confusión moral.
La justicia no es espectáculo, pero el sistema sí lo es
El caso Alves deja en evidencia algo inquietante: cuando los poderosos se enfrentan a la justicia, no buscan defenderse, sino ganar el relato. Tienen recursos, influencia, asesoría, tiempo y dinero para convertir su causa en un show mediático. La víctima, mientras tanto, queda sola, atrapada entre la tinta.
Y lo peor es que funciona. Los comentarios en redes están llenos de “bueno, ella también fue a la discoteca”, “si aceptó el dinero, entonces no fue violación”, “todo es muy confuso”, “qué mala suerte para un futbolista tan querido”. ¿Qué más quiere el calamar? Ha llenado el mar de tinta. Ha convertido una agresión brutal en una “zona gris”.
Pero no lo es. No hay nada gris en forzar a una persona en un baño de una discoteca. No hay nada ambiguo en la violencia sexual. Lo que es gris, turbio, viscoso, es el relato que construyen para proteger al agresor. Y eso no es justicia. Eso es espectáculo judicial con trampas éticas.
¿Cómo se combate el efecto tinta de calamar?
- Con hechos sólidos y visibilidad constante: frente a la manipulación, la única respuesta efectiva es la verdad reiterada, clara, directa.
- Con perspectiva de género: hay que entender cómo opera el poder patriarcal en estos casos. No es casual que el agresor se presente como víctima. Es un mecanismo aprendido.
- Con memoria crítica: no olvidemos quién mintió, quién encubrió, quién relativizó la agresión. Y no premiemos al que paga para salir antes. La justicia no puede ser un mercado.
- Con medios responsables: basta de titulares equidistantes, de “ambas partes dicen”, de “polémica por beso”. Hay que llamar a las cosas por su nombre: agresión, mentira, manipulación.
El efecto tinta de calamar no es solo una estrategia sucia. Es un síntoma de una sociedad donde el poder sigue teniendo demasiados escondites. Cuando alguien lanza tinta, es porque sabe que ha hecho algo que no quiere que veamos. Y si no exigimos claridad, si no limpiamos el agua, lo único que veremos serán las sombras.
La justicia, cuando realmente actúa, nos da una oportunidad de cambiar el relato. Pero el cambio real vendrá cuando dejemos de tolerar las nubes de tinta, cuando digamos basta al relato de confusión y defendamos el relato de la verdad, de las víctimas, de lo que realmente pasó.
Porque mientras el calamar nada libre entre aplausos y billetes, la justicia se asfixia en su propia tinta.
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