Una mujer asesinada tras años de advertencias: el crimen que desnuda la ineficacia del sistema judicial frente a la violencia machista
La condena al asesino machista de Escatrón podría parecer, a primera vista, un triunfo de la justicia. Pero es, en realidad, una prueba de su fracaso. Porque cuando una sentencia llega después del asesinato de una mujer que pidió ayuda, que denunció, que tenía una orden de alejamiento vigente, no es justicia: es tardanza. Es reparación simbólica cuando lo que se necesitaba era protección real.
En Escatrón, como en tantos pueblos y ciudades de este país, el sistema no supo, o no quiso, detener al agresor a tiempo. Y eso convierte a cada sentencia ejemplar en una derrota ética. No hay victoria judicial posible cuando el precio ha sido la vida de una mujer.
Un crimen anunciado, un sistema que miró hacia otro lado
El asesino tenía antecedentes por violencia de género. Tenía una orden de alejamiento. Había señales evidentes de riesgo. Y, aun así, estaba en la calle. Entró en la casa de su expareja, una mujer de 70 años, y la golpeó con una barra de hierro mientras dormía. Ella sobrevivió tres días, lo suficiente para que el sistema sumara su nombre a la estadística de mujeres asesinadas por violencia machista en Aragón.
Esta historia, como tantas, tiene el patrón del horror evitable. El de un Estado que sabe, que detecta, que documenta… pero no actúa con la rapidez y contundencia necesarias. Porque los informes existen, los protocolos existen, los dispositivos de control existen. Lo que falla, una vez más, es su aplicación real, su seguimiento, la respuesta coordinada entre cuerpos policiales, juzgados y servicios sociales.
“Falló todo”: la cadena rota de la protección
Cuando se revisan casos como este, se descubren siempre los mismos agujeros:
- Evaluaciones de riesgo mal hechas o sin actualización.
La herramienta VioGén (el sistema de valoración policial) clasificó a miles de mujeres como “riesgo bajo” o “no apreciado”, incluso en casos donde había denuncias repetidas. Si la valoración no detecta el peligro real, la protección nunca llega. - Falta de seguimiento y control del agresor. Una orden de alejamiento sin vigilancia efectiva no protege a nadie. Muchos agresores incumplen medidas sin consecuencia inmediata. ¿Cuántas veces había quebrantado él la orden? ¿Quién debía haber intervenido y no lo hizo?
- Recursos insuficientes para las víctimas. La mujer de Escatrón, como tantas otras, vivía sola. No tenía un equipo de acompañamiento continuo, ni protección activa más allá de un papel judicial. En teoría estaba protegida; en la práctica, estaba desamparada.
- Descoordinación institucional. Los servicios sociales, la policía local, el juzgado… cada uno con su parte de responsabilidad, pero sin una red efectiva que una la información y actúe con rapidez. Esa lentitud es mortal.
El agradecimiento que duele: al menos no aplicaron atenuantes
Es verdad: en este caso, la justicia no aceptó ninguna atenuante. Ni consumo de drogas, ni alteraciones mentales, ni “pasiones”. Y eso, en este país, tristemente, es motivo de alivio. Porque hemos visto demasiadas veces cómo se reduce la pena de un asesino machista por supuestas “emociones intensas” o por haber actuado “bajo una perturbación”.
Agradecer que no se haya permitido ese insulto jurídico es lo mínimo. Pero también es una señal del deterioro moral del sistema: cuando damos las gracias porque, al menos, no se ha justificado el crimen, es que el listón está peligrosamente bajo.
La justicia no puede seguir jugando con atenuantes que suavizan el asesinato de una mujer. Un asesino machista no pierde la cabeza: ejecuta un acto de dominio, de castigo, de propiedad. Es consciente, premeditado y cruel. Y no hay consumo, emoción ni delirio que borre eso.
Cumplirá 101 años en la cárcel: la justicia que llega tarde
La Audiencia Provincial de Zaragoza impuso prisión. Suena a reparación, a ejemplaridad, a contundencia. Pero hay un vacío: la mujer ya no está.
No sirve de nada que el castigo sea alto si el Estado no fue capaz de impedir el crimen.
Una sentencia no corrige una omisión. Y lo que hubo antes del asesinato fueron omisiones, negligencias y desprotección.
El caso de Escatrón debería abrir un debate serio sobre el funcionamiento de la justicia en materia de violencia de género. No bastan las condenas posteriores; necesitamos prevención real. El verdadero éxito del sistema sería que ninguna mujer más muriera a manos de un hombre del que ya se sabía que era violento.
De la indignación al cambio: siete medidas urgentes
- Auditoría pública del sistema VioGén. Evaluar su fiabilidad, sus errores y los casos en que clasificó como “riesgo bajo” situaciones que acabaron en asesinato.
- Equipos de seguimiento permanentes. Cada agresor con medidas cautelares debería estar controlado por unidades especializadas, no por patrullas saturadas.
- Protección real para las víctimas mayores. Las mujeres de más de 65 años están invisibilizadas en las políticas contra la violencia machista. Necesitan atención específica, cercana y continua.
- Endurecer las consecuencias del quebrantamiento. Si un agresor se acerca, llama, escribe o intenta contactar, debe ser detenido de inmediato. Sin excusas, sin dilaciones.
- Formación obligatoria y evaluable para jueces, fiscales y peritos.
Sin perspectiva de género, la justicia es ciega y cómplice.
No se puede juzgar una agresión machista con criterios del siglo XIX. - Acompañamiento integral para las víctimas.
No solo abogados o psicólogas: acompañamiento diario, redes comunitarias, apoyo económico, vivienda segura.
La soledad mata. - Responsabilidad política directa. Cada mujer asesinada debía generar una investigación institucional pública. No puede quedar como una estadística más.
Escatrón no es un punto rojo en el mapa. Es un espejo
Cada vez que un crimen machista ocurre, se coloca un punto rojo en el mapa del Ministerio. Pero Escatrón no es solo un punto; es el reflejo de un sistema que sigue fracasando.
Un sistema que promete protección, pero no la garantiza.
Que presume de protocolos, pero no los cumple.
Que se indigna en ruedas de prensa, pero no asigna recursos suficientes.
Y mientras tanto, los asesinos caminan libres, las víctimas viven con miedo y la sociedad normaliza el horror. Decimos “otra más” como si fuera inevitable, cuando cada una de esas muertes pudo evitarse con voluntad política, recursos y empatía real.
El papel del feminismo: memoria, exigencia y acción
El feminismo no quiere venganza: quiere justicia y prevención.
Y exige que se revisen todos los mecanismos que han permitido que Escatrón se sume a la lista.
Exige que las asociaciones de mujeres, las de verdad, las que trabajamos a pie de calle, seamos escuchadas en la toma de decisiones.
Porque quienes acompañamos a las víctimas sabemos detectar los riesgos que los informes no ven.
El movimiento feminista, además, cumple una función esencial: preservar la memoria de las víctimas, no permitir que sus nombres desaparezcan detrás de los expedientes.
Cada asesinato machista debe convertirse en una exigencia política concreta, no en una efeméride triste que se diluye con el tiempo.
No basta con condenar, hay que prevenir
La pregunta que debería perseguirnos es otra: ¿Dónde estaba la justicia cuando esta mujer seguía viva?
Estaba redactando autos, archivando denuncias, valorando riesgos con algoritmos que no sienten miedo, ni dolor, ni urgencia.
Y esa distancia entre el papel y la vida es lo que mata.
Que sirva Escatrón para algo más que para una condena ejemplar: que sea el caso que despierte reformas reales.
Porque cada vez que el Estado llega tarde, el machismo gana.
Y la justicia, aunque castigue después, ya ha fallado antes.
Ni una más. Ni una menos. Ni una víctima sin protección.
Deja tu comentario