Lola tenía 86 años. Era una mujer mayor, dependiente, con problemas de movilidad, y vivía en un pequeño municipio andaluz. Murió el 1 de julio de 2025 a manos de su pareja. No murió por enfermedad. No fue un desenlace inevitable. Fue golpeada hasta la muerte. Fue asesinada.

Y su muerte, brutal y silenciada, debería hacernos temblar.

Porque Lola representa el rostro más vulnerable de la violencia machista, el que menos atención recibe, el que casi nadie nombra: el de las mujeres mayores, invisibles, que viven atrapadas en la rutina del silencio y el aislamiento. Que, incluso en su vejez, siguen siendo objeto de dominio, control y castigo.

Factores de vulnerabilidad: cuando todo está en tu contra

Lola no tenía botón de pánico. No constaba en ningún protocolo policial. No había denuncias previas. Para el sistema, su situación era «normal». Invisible. Aceptada.

Pero Lola era víctima desde hacía años, como tantas mujeres mayores que arrastran décadas de maltrato silencioso, desprecio cotidiano y dependencia económica, emocional o física. Vivía en un entorno rural, con escasos servicios sociales. Tenía una movilidad reducida. Su red de apoyo era mínima. Su pareja era también su cuidador… y su carcelero.

El sistema nunca pensó en ella. Porque cuando eres mayor, mujer, pobre, y dependiente, ni siquiera entras en los radares del Estado.

Estos son los factores de vulnerabilidad que matan:

  • Edad avanzada, que incrementa la dependencia y reduce la credibilidad ante denuncias.
  • Problemas de salud o discapacidad, que imposibilitan la huida o defensa.
  • Entorno rural, que limita el acceso a servicios y normaliza la violencia.
  • Dependencia total del agresor, en lo económico, lo físico y lo emocional.
  • Invisibilidad institucional, sin campañas específicas, sin protocolos adaptados, sin alternativas seguras.

Todo ello convierte a las mujeres mayores en presas fáciles del patriarcado. Y a sus agresores, en verdugos impunes.

No fue amor, fue violencia

Algunos medios hablaron de un “crimen compasivo”. Que él estaba mayor. Que no podía más. Que cuidaba de ella. Que fue un acto de amor.

¿Amor? ¿A golpes?

Nombrar “compasión” lo que fue un asesinato es tan peligroso como repugnante. Es justificar la violencia. Es convertir al agresor en víctima. Es disfrazar el machismo más brutal con palabras blandas.

No hay ternura que golpea hasta matar. No hay cariño en quien decide por ti cuándo debes morir.

Lo que hubo fue control, poder, posesión. El mismo poder masculino que se ha ejercido históricamente sobre las mujeres, en la juventud y en la vejez.

El mismo patriarcado que no se jubila.

Como escribió Paz Rodríguez López (Paz Rguez. López) en una publicación en Facebook, que se ha compartido como un grito de dignidad: “No existe la compasión cuando tu pareja, por muy enferma que tú estés, te mata a golpes. No había cariño en alguien capaz de cebarse en ti hasta la muerte. […] Tan solo se trata de otro hombre más que pretende tener la autoridad de decidir cuándo vives y cuándo debes morir. […] No hay justificación y yo, personalmente, no autorizo a ningún hombre a tomar esa decisión por mí. Tan solo yo tengo esa autoridad.”

¿Quién cuida a las cuidadoras?

Lola probablemente cuidó de su marido, de su casa, de sus hijos. Como tantas otras mujeres mayores, dedicó su vida a los demás.
Pero cuando llegó su vejez, cuando ella necesitó cuidado, solo tenía al agresor cerca. Y fue él quien decidió su final.

El Estado no llegó. No la protegió. No la acompañó. No existen protocolos específicos para mujeres mayores víctimas de violencia. No hay casas de acogida adaptadas. No hay campañas que hablen de ellas.

El sistema las ignora. Hasta que mueren.

¿Dónde estaban todos?

¿Dónde estaban los servicios sociales?, ¿Dónde estaba la asistencia médica?, ¿Dónde estaban los vecinos?, ¿Dónde estaba el Ayuntamiento?

Nadie vio nada. O peor: todos lo vieron y nadie actuó. Porque la violencia en la vejez se tolera. Se silencia. Se normaliza. Porque cuesta imaginar que el “abuelo del pueblo” sea un asesino. Porque seguimos educando en que los hombres tienen derecho a decidir sobre la vida de las mujeres. Incluso a los 86 años.

Lo personal es político. También en la vejez

Este no es un caso aislado. Es la expresión de un sistema que sigue sin garantizar una vejez libre de violencia para las mujeres.

Por eso, exigimos:

  • Planes específicos para mujeres mayores.
  • Atención sociosanitaria con perspectiva de género.
  • Formación para profesionales que las atienden.
  • Casas de acogida adaptadas.
  • Espacios seguros en zonas rurales.

Porque envejecer no debería equivaler a quedar a merced del agresor.

Justicia para Lola. Justicia para todas

Lola no murió. La mataron. Y lo hicieron bajo la mirada de un sistema que sigue fallando. Su historia debe dolernos. Debe hacernos actuar. Debe ponernos frente al espejo de nuestra inacción.

Como dice Paz Rodríguez López“Tan solo yo tengo esa autoridad.”

Que su nombre no se borre. Que su historia no se repita.