Vivimos en un país donde, si una mujer es agredida por su ex pareja, los titulares preguntan qué hizo ella para provocarlo. Donde si una mujer es asesinada, los medios corren a describir cómo vestía, si lo había denunciado, o si alguna vez volvió con él. Donde los jueces preguntan por qué no huyó antes. Donde la policía insinúa que quizás exagera. Donde los vecinos dicen que parecía buena pareja. Donde los agresores aseguran que “no fue su intención”. Donde la justicia no es ciega: es machista.
Y así, todos los caminos llevan al mismo sitio: la culpa es de ella.
“Fue a ver a su ex… y acabó denunciándolo”: titulares que matan
La noticia que publicó el diario HOY Aragón no es excepcional, es parte del problema. Titula así: “Va a ver a su ex pareja y acaba denunciándolo tras acabar en el suelo recibiendo puñetazos”. El titular no es solo tibio: es cómplice.
Porque quien lee eso, sin entrar en los detalles, se lleva la idea de que fue una consecuencia casi natural: “Va a verlo” → “Discuten” → “Le pega” → “Lo denuncia”. ¿Y la violencia? Minimizada. ¿La intención del agresor? Difusa. ¿El contexto? Inexistente. ¿El mensaje? Clarísimo: ella lo buscó, ella lo provocó, ella lo denunció. Como si la agresión fuera una reacción lógica, esperable, inevitable. Como si el agresor fuera un simple títere emocional y ella, la titiritera maquiavélica que lo desató todo con una frase equivocada o una mirada desafiante.
Las mil formas de culpabilizarnos
La historia es vieja y conocida: cuando una mujer es víctima de violencia, el foco se pone en su conducta, no en la del agresor. ¿Por qué volvió con él? ¿Por qué no lo denunció antes? ¿Por qué no pidió ayuda? ¿Por qué no lo dejó antes? ¿Por qué lo dejó, si eso lo desestabilizó? ¿Por qué no se calló? ¿Por qué habló demasiado?
Nunca acertamos. Nunca somos suficientemente precavidas, ni suficientemente valientes, ni suficientemente coherentes para este sistema. Siempre hay un fallo, un pero, una grieta por donde colar la culpa.
Es el eterno juego de la inversión: nosotras, las víctimas, pasamos a ser las responsables. Ellos, los agresores, pasan a ser “hombres rotos”, “confundidos”, “arrastrados por las circunstancias”. Y así, a través de titulares insidiosos, sentencias ridículas y narrativas sociales arraigadas, se borra la responsabilidad de quien golpea, insulta, humilla o mata.
El relato oficial: ellos sufren, nosotras exageramos
Detrás de esta culpabilización constante hay un relato aún más profundo: el de la emocionalidad masculina como coartada. Cuando una mujer rompe con su pareja, él “entra en depresión”, “pierde la cabeza”, “no sabe gestionarlo”. Se convierte en una bomba de relojería, pero la culpa de que explote siempre será de quien le apretó el botón: ella.
Así se justifica lo injustificable. Así se explica la violencia con lógica de “corazón roto”. Como si los hombres fueran tan frágiles que, al mínimo revés sentimental, quedaran eximidos de toda responsabilidad penal o ética. Como si la masculinidad tóxica fuera una patología inevitable y nosotras, las detonantes.
Y no es un relato inocente: es el mismo que se cuela en los juicios, donde abogados y jueces siguen hablando de “crímenes pasionales”, siguen preguntando a las víctimas si iban provocativas, siguen rebajando penas porque “fue bajo los efectos de las drogas”, porque “se sintió traicionado”, porque “ella le había sido infiel”, porque “la separación lo afectó emocionalmente”.
La justicia también nos culpa
No es solo la prensa. No es solo la calle. Es también el sistema judicial, esa estructura que debería protegernos y que con demasiada frecuencia nos juzga más a nosotras que a nuestros agresores.
- Cuando una mujer denuncia y no se le da protección suficiente, la culpa es suya si algo le pasa después.
- Cuando una mujer no denuncia y luego la matan, la culpa también es suya por no haberlo hecho.
- Cuando denuncia y vuelve con él, la culpa es suya por “no aclararse”.
- Cuando lo deja, la culpa es suya por “desestabilizarlo emocionalmente”.
- Cuando no quiere seguir con el proceso judicial, la culpa es suya por “no colaborar”.
En ningún caso se habla de la responsabilidad del Estado, ni de la falta de medios, ni de la impunidad con la que muchos agresores reinciden, ni de los retrasos judiciales, ni del abandono institucional. La culpa, siempre, recae sobre la mujer.
El agresor siempre tiene excusas
La violencia machista se justifica continuamente con narrativas que restan gravedad al acto y desplazan la responsabilidad. Ejemplos hay miles:
- “Fue un arrebato.”
- “Estaba bajo presión.”
- “No pudo soportar la ruptura.”
- “Estaba borracho.”
- “Ella lo tenía harto.”
- “Tenía problemas mentales.”
- “Actuó por celos.”
A ninguna mujer le sirve decir que estaba “desesperada” para evitar una condena si se defiende. A ningún niño se le justifica un empujón en el colegio con “es que estaba celoso”. Pero los hombres agresores sí tienen carta blanca para explicar su violencia como resultado de sus emociones desbordadas. Como si fuera normal. Como si fuera humano. Como si fuera justificable.
Y así, la narrativa patriarcal se completa: el agresor es una víctima de sus emociones, y la víctima real es culpable de desencadenarlas.
Una cultura que legitima la violencia
Vivimos inmersas en una cultura que no solo tolera la violencia, sino que la legitima. Que convierte cada gesto femenino en una provocación, cada negativa en un desafío, cada libertad en una amenaza.
Desde niñas se nos enseña que debemos agradar, no molestar, no levantar la voz, no decir que no muy fuerte, no vestir demasiado provocativas, pero tampoco demasiado tapadas. Que debemos tener cuidado con lo que decimos, con lo que hacemos, con lo que sentimos.
Y cuando no seguimos esas reglas, la violencia aparece como “consecuencia”. No como crimen. No como agresión. Como un resultado esperable. Como una reacción natural del sistema que protege al agresor y nos deja solas, heridas, silenciadas o muertas.
¿Y si fuera al revés?
Imaginemos por un momento que un hombre va a ver a su ex pareja, y ella lo recibe con puñetazos hasta dejarlo en el suelo. ¿Titularía la prensa “Va a verla y acaba denunciándola”? No. Sería “Una mujer agrede brutalmente a su ex pareja tras una cita”. Habría escándalo, análisis, tertulias, alarma social. El foco estaría en la agresora, no en la conducta del agredido.
¿Por qué entonces, cuando la víctima es una mujer, cambiamos el foco? Porque la violencia machista sigue sin reconocerse como lo que es: estructural, ideológica, profundamente arraigada en nuestra cultura.
Las víctimas también tenemos derecho a equivocarnos
Y sí, a veces las víctimas dudan, retroceden, se contradicen, callan, vuelven, se asustan, se confunden. Porque son humanas. Porque están atrapadas. Porque tienen miedo. Porque no siempre hay una red que las sostenga. Porque el sistema no garantiza su protección.
Las víctimas también tienen derecho a equivocarse. A confiar. A amar. A necesitar. A tener contradicciones. No por eso pierden el derecho a ser protegidas. No por eso merecen violencia. No por eso tienen la culpa.
Lo que no se dice: la impunidad y el abandono
Mientras seguimos debatiendo si una víctima debió ver a su ex o no, hay agresores que violan órdenes de alejamiento una y otra vez sin consecuencias. Hay denuncias archivadas por “falta de pruebas”, como si una agresión machista ocurriera en horario de oficina y con testigos imparciales. Hay mujeres que esperan años por una sentencia. Que siguen compartiendo custodia con su maltratador. Que ven cómo los informes policiales las cuestionan más a ellas que al agresor.
Todo eso, no sale en los titulares. Lo que sí sale, es que “ella fue a verlo”. Y como fue a verlo, acabó golpeada. Y como acabó golpeada, lo denunció. Y ahí, para muchos, termina la historia. Pero para nosotras, empieza la lucha.
La culpa no es mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía
Lo diremos las veces que haga falta:
La culpa no es de la mujer que fue a hablar.
La culpa no es de la que denunció.
La culpa no es de la que volvió con él.
La culpa no es de la que se fue, ni de la que se quedó.
La culpa es del agresor. Y del sistema que lo ampara.
No vamos a seguir tolerando una justicia que duda de las víctimas más que de los violentos. No vamos a seguir leyendo titulares cobardes. No vamos a callar cuando nos culpabilicen por vivir, por decidir, por sobrevivir.
Porque nos queremos vivas, libres, creídas y sin culpa.
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