Cada vez que alguien lanza esa pregunta con aire de superioridad moral, “¿y por qué no lo deja?”, algo dentro del sistema patriarcal aplaude.

Porque ese juicio encierra la piedra angular de la violencia machista: desviar la atención del agresor y poner el foco en la víctima. Y lo peor, lo más cruel, es que a veces esta frase no la lanza un hombre, sino otra mujer que cree que la fuerza se mide en golpes aguantados o en valentía en el momento exacto, como si salirse de una relación violenta fuera tan simple como coger las llaves y decir “hasta nunca”.

La realidad es mucho más cruda, dolorosa y perversa. Porque una mujer maltratada no se queda porque quiere, sino porque el sistema, la cultura y muchas veces su propia mente han sido programadas para que no pueda irse.

Reconocerse víctima: cuando tu verdugo también es tu amor, tu familia y tu vida

El primer muro es interno. Y es el más difícil de derribar. Una mujer tarda de media más de 8 años en reconocer que está siendo maltratada, según datos del Ministerio de Igualdad. En el caso de mujeres mayores de 65 años, pueden pasar hasta 26 años conviviendo con el maltrato antes de verbalizarlo o denunciarlo.

¿Por qué? Porque el maltrato no siempre empieza con un puñetazo. A veces empieza con un “eso no te lo pongas”, con un “no me gusta que hables con ese compañero”, con un “es que tú provocas mis enfados”. Y cuando te das cuenta, ya no sabes ni quién eres.

La violencia psicológica no deja moratones, pero destroza la identidad. Aísla, humilla, desgasta, y convierte a la víctima en su peor enemiga: duda de sí misma, se culpa, se convence de que el problema es suyo. ¿Cómo va a denunciar alguien que cree que es responsable del maltrato que recibe?

Esto no es teoría, es realidad clínica: el 36% de las mujeres maltratadas no se reconocen como víctimas. Y más del 30% sienten culpa o pena por su agresor. ¿Cómo no va a atraparlas emocionalmente si durante años las han entrenado para ser “comprensivas”, “leales” y “aguantar por amor”?

El vínculo traumático: la prisión emocional más eficaz que el miedo

Muchas veces se habla del “miedo” como si fuera un sentimiento irracional. Pero hay algo peor que el miedo: el vínculo traumático, esa dependencia emocional y neuroquímica que genera el ciclo de maltrato y reconciliación. Es adictiva. Tan adictiva como la heroína. Porque después del golpe viene el “perdón”, la flor, el sexo, la promesa de que cambiará. El cerebro, en ese contexto, segrega dopamina en cada reconciliación, como si fuera un premio.

Y sí: una víctima de violencia de género muchas veces ama a su agresor. ¿Te parece absurdo? Eso es porque nunca has vivido el lavado emocional que implica una relación abusiva. No se puede juzgar desde la comodidad de tu sofá lo que alguien vive en el infierno. Mucho menos cuando ese infierno tiene forma de hogar.

¿Y si me voy… a dónde voy? Porque el amor no paga facturas, ni hipotecas, ni alimenta hijos e hijas

Aquí viene el gran elefante en la habitación: la dependencia económica. Más del 60% de las mujeres maltratadas dependen económicamente de su agresor. ¿Cómo te vas si no tienes un sueldo? ¿Cómo denuncias si sabes que, al día siguiente, no tendrás ni para pagar un billete de bus?

Y luego están los hijo e hijas. Porque sí, el sistema patriarcal lo tiene bien montado: una mujer con hijos o hijas tarda más de 10 años en reconocer el maltrato y buscar una salida. ¿Por qué? Porque “no quiero romper la familia”, “no tengo con quién dejarlos”, “no tengo casa”, “me puede quitar la custodia”, “no quiero que crezcan sin padre”. Spoiler: ya están creciendo con un maltratador.

Salir de una relación violenta no es un acto de heroísmo individual. Es una operación de rescate social que necesita red, recursos y respaldo. Y eso no abunda. Porque las ayudas no llegan, los pisos de acogida son temporales y la atención psicológica pública se mide en meses de espera.

El entorno: el más silencioso cómplice del maltratador

¿Sabes qué refuerza que una mujer no se vaya? Que su entorno normalice el maltrato. Que su madre le diga “todos los hombres son así”, que sus amigas callen porque “no es asunto mío”, que el juez le pregunte “¿por qué no denunció antes?”, que la asistenta social no tenga cita hasta dentro de tres semanas.

La culpa de no irse no es de la víctima. Es de una sociedad que juzga más a la mujer que a su agresor.

Una sociedad que le dice “ya lo sabías y volviste con él, así que no te quejes”.

Una sociedad que cuestiona su dolor y examina su conducta con lupa, mientras deja libre a un hombre que la humilla, la golpea y la amenaza.

Una sociedad donde aún se escuchan frases como “algo habrá hecho” o “yo no lo aguantaría ni una vez”. ¿Tú no lo aguantarías? Pues qué suerte. Pero ten por seguro que no tienes ni idea de lo que harías si tus ingresos dependieran de él, si tu familia te diera la espalda, si tus hijos lloraran por su padre y tú no tuvieras a dónde ir.

Las instituciones: lentas, torpes y a veces cómplices

Denunciar no garantiza seguridad. De hecho, más de la mitad de las mujeres asesinadas por violencia machista en España habían denunciado previamente. ¿Qué más pruebas se necesitan?

  • Las órdenes de alejamiento se incumplen.
  • Las visitas a los menores se mantienen.
  • Los agresores pueden seguir amenazando desde prisión.
  • Las ayudas tardan meses.
  • La atención psicológica se suspende por falta de presupuesto.
  • Las casas de acogida tienen plazas limitadas y estancias reducidas.

¿De verdad creemos que con este panorama una mujer puede salir por sí sola?

El sistema debería ser el trampolín. Y hoy por hoy, es un campo minado.

¡Basta de culpabilizar a las víctimas! Empecemos a exigir responsabilidades al Estado y al entorno

La violencia de género no es un drama personal. Es una emergencia social estructural. Y mientras sigamos culpando a las mujeres por no irse, seguiremos protegiendo al agresor.

Porque al preguntarle a ella “¿por qué no lo dejas?”, lo que decimos implícitamente es: “el problema eres tú, no él”.

Y no, el problema es él. Siempre es él.

¿Qué podemos hacer como sociedad? Propuestas para una salida real

Porque criticar sin construir es fácil. Aquí van acciones concretas que pueden cambiar el juego:

  1. a) Atención psicológica gratuita, inmediata y especializada

No se puede curar una herida emocional con una cita en 8 meses. La atención psicológica debe ser:

  • Gratuita.
  • Accesible.
  • Especializada en violencia de género.
  • Prolongada (no 6 sesiones y adiós).
  1. b) Ayudas económicas directas y sin burocracia

Una mujer que escapa necesita:

  • Dinero inmediato.
  • Prestaciones no condicionadas.
  • Acceso rápido a subsidios, becas de formación, guarderías y vivienda.

No se puede escapar de un infierno si tienes que rellenar veinte formularios y esperar seis meses para cobrar 400€.

  1. c) Casas de acogida suficientes y seguras

No más mujeres desprotegidas. Se necesitan:

  • Viviendas dignas, no pisos compartidos con más víctimas traumatizadas.
  • Estancias prolongadas.
  • Acompañamiento integral (legal, emocional, educativo).
  1. d) Acompañamiento real: mentoras y redes feministas

No hay mayor antídoto que otra mujer que haya pasado por lo mismo y haya salido. Programas de mentoras, de acompañantes, de redes feministas salvan vidas. Literalmente.

  1. e) Educación emocional y feminista desde la infancia

El cambio cultural no llegará si no educamos en:

  • Detección de relaciones tóxicas.
  • Autoestima.
  • Consentimiento.
  • Autonomía emocional.

Porque la próxima generación debe saber identificar el maltrato antes de que duela.

  1. f) Justicia con perspectiva de género

Basta de sentencias que minimizan la violencia. Basta de custodias compartidas con maltratadores. Basta de jueces que no creen a las mujeres. Basta de informes policiales mal hechos. La justicia patriarcal también mata.

  1. g) Campañas públicas valientes

Ya basta de anuncios blandos. Queremos campañas que digan:

  • “Si la juzgas, la estás maltratando también.”
  • “No preguntes por qué no se va. Pregunta qué necesita para irse.”
  • “Culpabilizar a la víctima es proteger al agresor.”

La pregunta no es por qué no se va. Es por qué aún no hemos hecho lo suficiente para que pueda hacerlo.

Basta ya de señalar con el dedo a la víctima. De acusarla, de infantilizarla, de ridiculizar su silencio o su permanencia. Salir de una relación violenta no es un acto de voluntad individual, es una operación de rescate colectiva. Una mujer maltratada no solo necesita valor: necesita casa, comida, trabajo, apoyo, justicia y tiempo para sanar.

Mientras no garanticemos esas condiciones, no tenemos derecho a exigirle nada. Ni siquiera que se salve.

Porque si no hacemos nada, si solo la juzgamos o la compadecemos, somos parte del problema.