Durante años, hemos escuchado, y repetido sin apenas cuestionar, frases como “parecía tan buen hombre”, “era un vecino ejemplar”, “jamás lo hubiera imaginado”. Esas frases se repiten cada vez que se hace público un nuevo caso de violencia machista.
Una y otra vez, la sociedad se sorprende de que el agresor fuera “normal”. ¿Pero qué significa eso? ¿Qué esperamos ver en un maltratador? ¿Un monstruo con cara deformada, mirada turbia y pasado delictivo? ¿Y si el problema es, precisamente, que no queremos ver?
No hay un perfil único, pero hay patrones que se repiten
Lo primero que debemos dejar rotundamente claro es que no hay un perfil único de maltratador, como tampoco hay un perfil único de mujer maltratada. La violencia machista no responde a un arquetipo. El maltratador puede ser un camionero o un ingeniero, un profesor de universidad o un dependiente de supermercado, un camarero o un magistrado del Tribunal Supremo, un futbolista de fama internacional.
Puede ser culto, carismático, amable en público. Puede votar a la izquierda o a la derecha. Puede ir a misa o no pisar una iglesia. Puede ser padre, hijo, hermano, compañero, jefe.
Pero sí hay patrones comunes que la mayoría de los maltratadores comparten, y es fundamental conocerlos para poder detectarlos a tiempo, antes de que la violencia física se manifieste (porque la violencia empieza mucho antes del primer golpe).
Características comunes de los maltratadores
Numerosos estudios psicológicos y criminológicos han identificado una serie de características y conductas que, aunque no siempre visibles al principio, son frecuentes en los hombres que ejercen violencia machista. Algunas de ellas son:
- Necesidad de control
El maltratador siente la necesidad de controlar todos los aspectos de la vida de su pareja: lo que hace, con quién habla, cómo se viste, cuánto dinero gasta, a quién ve. Este control, que a veces se disfraza de “preocupación” o “amor”, es uno de los signos más tempranos y peligrosos.
- Celos excesivos
No se trata de los celos románticos que el cine ha vendido como signo de pasión, sino de una obsesión posesiva que convierte a la pareja en propiedad. Todo vínculo con el exterior es una amenaza. Todo contacto ajeno es un riesgo. Y los celos se convierten en un arma de manipulación y castigo.
- Falta de empatía
Muchos maltratadores presentan una marcada incapacidad para ponerse en el lugar del otro. Minimizar el sufrimiento ajeno, justificar el daño infligido o culpar a la víctima son conductas frecuentes. “Ella me provocó”, “no era para tanto”, “se lo buscó”.
- Distorsión de la realidad
Manipulan los hechos, reinterpretan la historia, distorsionan la verdad hasta convencer (o intentar convencer) de que la víctima exagera, miente o está loca. Este gaslighting es una forma de abuso psicológico extremadamente destructiva.
- Fachada de normalidad
Muchos maltratadores mantienen una imagen intachable en público: encantadores, educados, responsables. Esa dualidad entre el “buen hombre” social y el abusador privado es una de las razones por las que tantas víctimas no son creídas.
- Incapacidad para asumir responsabilidades
Cuando son descubiertos o denunciados, rara vez reconocen la culpa. Siempre hay una excusa, una causa externa, una justificación. “Estaba bajo presión”, “tenía estrés”, “había bebido”. El problema nunca está en ellos.
- Uso de la violencia como herramienta de poder
Ya sea psicológica, económica, sexual o física, la violencia es su modo de ejercer dominio. Y cuando una forma no basta, escalan a la siguiente. Porque lo que buscan no es resolver conflictos, sino someter.
El lobo no siempre aúlla: cómo detectar a un maltratador antes de que agreda
El gran reto de la lucha contra la violencia machista es detectar a los agresores antes de que den el paso definitivo. Porque sí, la violencia deja señales desde el principio, aunque la sociedad se haya empeñado en silenciarlas o normalizarlas. Algunas señales de alerta temprana:
- Desprecio sutil: comentarios hirientes disfrazados de humor o sarcasmo, críticas constantes a la pareja, infravaloración de sus logros.
- Aislamiento progresivo: incomodidad con que la mujer mantenga relaciones familiares o amistades, presión para que “se centre en la pareja”.
- Exigencia de acceso a sus dispositivos, redes sociales o correos.
- Explosiones de ira desproporcionadas ante pequeños conflictos o desacuerdos.
- Desigualdad estructural en la relación: él toma todas las decisiones importantes, impone su criterio, gestiona el dinero (el que gana ella también).
Estos comportamientos no siempre son fáciles de identificar, especialmente al inicio de la relación, cuando el enamoramiento y la ilusión camuflan las señales. Pero son banderas rojas que deberían activar todas las alarmas.
Romper el mito del “monstruo” y mirar al vecino, al amigo, al compañero
Uno de los principales obstáculos para erradicar la violencia machista es el imaginario colectivo que solo reconoce como maltratador al tipo violento, agresivo, de clase baja o con problemas mentales. Este imaginario es falso y peligroso. Porque invisibiliza a los agresores con traje y corbata, a los que no gritan, pero manipulan, a los que no golpean, pero anulan. Y porque protege al agresor al estigmatizar a la víctima.
“¿Cómo va a ser maltratador si es abogado?”, “imposible, si tiene estudios”, “si fuera tan mala la relación, ella se habría ido”. Todas estas frases reflejan un profundo desconocimiento de la realidad. El machismo no entiende de títulos universitarios. Un maltratador puede saber perfectamente que lo que hace está mal, pero lo hace porque sabe que la estructura social, cultural e institucional lo protege o minimiza su culpa.
¿Y después de la agresión? El tratamiento que no se está dando
Una vez que el maltrato ha sido descubierto, ¿qué pasa con el agresor? En la mayoría de los casos, muy poco. En muchos países, las penas son mínimas, las medidas cautelares ineficaces y los programas de reeducación inexistentes o ineficientes. Y cuando existen, no siempre están bien diseñados.
¿Es posible reeducar a un maltratador?
La respuesta es: depende. Depende de la voluntad del agresor (que suele ser nula), de la calidad del programa, del seguimiento real y, sobre todo, del reconocimiento del daño causado. La mayoría de los maltratadores no se consideran responsables. Acuden a terapias obligados por el juez, no por conciencia propia.
Aun así, existen programas con resultados parciales positivos, especialmente aquellos que:
- Trabajan la deconstrucción del modelo patriarcal de masculinidad.
- Incorporan una perspectiva feminista clara.
- Enfocan el tratamiento en la responsabilidad, no en la excusa.
- Hacen seguimiento a medio y largo plazo.
- Se vinculan con medidas judiciales estrictas (alejamientos, pulseras telemáticas, vigilancia activa).
Pero cuidado: la prioridad nunca debe ser reinsertar al agresor, sino proteger a la víctima. Y eso implica garantizar recursos, viviendas, apoyos psicosociales, ayudas económicas, justicia efectiva.
¿Qué deberían hacer las instituciones?
- Formación obligatoria con perspectiva de género en todos los niveles judiciales, policiales, sanitarios y educativos, en definitiva a todos los y las profesionales que intervienen en un caso de violencia machista.
- Campañas masivas de sensibilización que desmonten mitos sobre el amor romántico, la masculinidad tóxica y la sumisión femenina.
- Protocolos de detección temprana en centros escolares y sanitarios.
- Espacios seguros para las mujeres que detectan señales, pero aún no han sido agredidas físicamente.
- Justicia ejemplarizante: cero atenuantes para el agresor, reparación real para la víctima.
Un retrato incómodo pero necesario
El maltratador no es un monstruo aislado. Es un producto de una cultura patriarcal que tolera, encubre y perpetúa la desigualdad. Puede ser cualquiera, pero no es invisible: sus conductas tienen nombre, forma y consecuencias.
Hablar claro, sin tapujos, sin eufemismos, es un primer paso para romper el silencio que aún hoy protege a muchos agresores. Pero no basta con nombrarlos: hay que enfrentarlos, denunciarlos, reeducarlos (si es posible) y sobre todo garantizar que no vuelvan a dañar a ninguna mujer.
Y a quienes dicen que hay que “escuchar también al maltratador”, les respondemos con firmeza: antes, escuchemos a las que llevan décadas gritando y nadie escucha, y a sus criaturas.
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