Párate un momento a pensarlo. ¿Qué imagen te viene a la cabeza? ¿Una mujer humilde, de barrio obrero, sin recursos, sin estudios? ¿Una mujer frágil, dependiente, “que aguanta por miedo”?
Pues déjanos decirte algo: eso también es un mito.
Una mujer maltratada puede ser una abogada, una emprendedora, una médica, una profesora de instituto, una influencer con miles de seguidores, una activista feminista, una política, una madre soltera, una adolescente brillante, una mujer humilde, una mujer sin estudios. No hay un único perfil. Ella podrías ser tú
La violencia machista no discrimina. Y es precisamente eso lo que la hace tan devastadora.
La violencia no comienza con un golpe. Este es uno de los grandes malentendidos, y peligros, en torno a la violencia machista: pensar que empieza con la agresión física. Nada más lejos de la realidad.
Ninguna mujer aceptaría una segunda cita con un hombre que le levanta la mano en la primera. Ninguna se enamoraría de alguien que la insulta abiertamente desde el principio.
El maltrato entra en puntillas. Empieza con detalles pequeños. Con frases disfrazadas de cariño. Con una preocupación que parece sincera.
“Me gusta más cuando no te maquillas”, “Esa amiga tuya no me cae bien, creo que te mete cosas raras en la cabeza”, “No hace falta que vayas, mejor quédate conmigo”, “¿Por qué le das ‘like’ a ese chico?” Y tú, que vienes del deseo de amar y ser amada, no lo ves. Porque no quieres verlo. Porque no se presenta como un castigo, sino como una prueba de amor. Como una atención que nunca antes habías tenido.
La trampa del amor romántico: del ideal al infierno
Vivimos en una cultura que nos educa para complacer, cuidar y aguantar. Desde niñas se nos inculca la idea de que el amor todo lo puede, que hay que luchar por él, que si sufres es porque vale la pena.
Y los maltratadores lo saben. Por eso actúan desde esa lógica. Porque saben que, si se muestran encantadores al principio, si se hacen pasar por el hombre que siempre soñaste, luego podrán ir recortándote poco a poco.
Primero te enamoran, después te destruyen. Y cuando te das cuenta, ya no sabes cómo salir.
La manipulación sutil que te borra
La violencia machista es un proceso progresivo y calculado. Tiene fases. Ciclos. Y una de las más letales es el aislamiento. Al principio, él te pide “más tiempo juntos”. Después, empieza a criticar a tus amigas. Luego, te incomoda cada vez que sales sin él. Más tarde, se enfada si visitas a tu familia. Hasta que, un día, ya no tienes a nadie cerca.
Te ha dejado sola. Y en esa soledad, todo lo que tú eres empieza a difuminarse. Dejas de quedar, de trabajar, de estudiar, de opinar, de decidir. Dejas de reírte como antes. Dejas de vestirte como te gustaba. Dejas de ser tú. Y lo peor de todo: dejas de darte cuenta.
Cuando ya no sabes quién eres
Una mujer maltratada no solo sufre agresiones. Sufre la desintegración de su identidad.
Te miras al espejo y no te reconoces.
Te han convencido de que todo lo haces mal, de que exageras, de que estás loca.
Te han culpado de los gritos, de los insultos, incluso de los golpes.
Te han dicho tantas veces que no vales, que has empezado a creerlo.
Te han humillado tanto, que te da vergüenza hasta pedir ayuda.
Porque una vez que te destruyen por dentro, ya no hace falta encerrarte en casa: te encierras tú sola.
¿Por qué no se va?
Esta es la pregunta más repetida, y más cruel, que se le hace a una víctima de violencia machista.
“¿Y por qué no se fue?”
“Si tan mal estaba, ¿por qué no lo dejó?”
“Si no denunció, será porque no era para tanto”
Estas preguntas no solo son ignorantes, son cómplices. Porque trasladan la responsabilidad a la mujer. Porque culpabilizan a quien ya está rota. Porque le exigen fuerzas que no tiene, mientras absuelven al agresor.
Nadie se queda porque quiere. Se queda porque tiene miedo. Porque no tiene red. Porque no tiene recursos. Porque tiene hijos e hijas.
Porque ha sido anulada. Porque está convencida de que no hay salida.
Y muchas veces, porque nadie la cree.
La doble violencia: el juicio social
Salir de una relación abusiva es solo el principio.
Porque luego llega el juicio. El de los demás. El de la sociedad.
Te preguntan por qué tardaste tanto. Te acusan de “hacerte la víctima”.
Te exigen pruebas. Te cuestionan si vuelves con él.
Te miran raro si decides rehacer tu vida. Te colocan en el banquillo. A ti. No a él. Y mientras tanto, él sigue su vida. En muchos casos, sin condena.
En otros, con penas mínimas. Y casi siempre, sin asumir ninguna responsabilidad.
Una realidad extendida y silenciada
La violencia machista es una epidemia. Está en todas partes. En el barrio pobre y en el barrio rico. En el mundo rural y en las capitales.
En la universidad y en la fábrica. Afecta a mujeres migrantes, autóctonas, con estudios, sin estudios, con hijas e hijos, sin pareja, de cualquier edad.
Y, sin embargo, sigue siendo invisible. Porque muchas mujeres no denuncian. Porque muchas ni siquiera saben que están siendo maltratadas.
Porque hemos normalizado la violencia emocional. Porque hemos romantizado los celos, el control, la posesividad. Porque aún hoy se confunde machismo con “carácter”.
El proceso de salir: entre la culpa, el miedo y el vacío
Salir de una relación violenta no es una decisión. Es un proceso. Un camino largo, lleno de obstáculos. Donde el miedo convive con la esperanza.
Donde las recaídas son frecuentes. Donde la autoestima está por los suelos.
Donde la mujer necesita algo más que un consejo: necesita acompañamiento, apoyo y comprensión.
Salir es enfrentarse a un mundo que te señala. Es empezar de cero.
Es reconstruirse pieza a pieza. Es volver a mirarse con compasión.
Es recordar quién eras, y decidir en quién te quieres convertir. Es un acto de valentía diaria.
¿Qué necesita una mujer que ha sido maltratada?
No necesita que la juzguen. No necesita que le digan “te lo dije”.
No necesita que le pregunten por qué no se fue antes. Necesita que la escuchen, que la crean y que la acompañen.
Necesita protección real.
Acceso inmediato a recursos.
Apoyo psicológico especializado y continuado.
Autonomía económica.
Espacios seguros donde reconstruir su vida.
Justicia efectiva.
Y, sobre todo, necesita que el foco no esté sobre ella, sino sobre él. Sobre el agresor.
¿Cómo ayudar de verdad?
Como sociedad, tenemos la responsabilidad de cambiar el relato.
Dejar de hablar de “mujeres que aguantan” y empezar a hablar de hombres que maltratan.
Dejar de preguntar por qué no se fue, y empezar a exigir que él no vuelva a acercarse.
Dejar de buscar fallos en la víctima, y empezar a mirar los privilegios del agresor.
No podemos seguir tolerando la impunidad. No podemos seguir culpando a quien ya ha sido víctima. No podemos permitir que sigan matando a mujeres mientras debatimos tecnicismos.
Una mujer maltratada no es una desconocida. Puede ser tu compañera de trabajo, tu prima, tu vecina, tu amiga. Puede ser tú misma, y no darte cuenta.
Puede que estés leyendo esto y sientas que algo se mueve por dentro. Que algunas frases te suenen. Que algunas situaciones te resulten familiares.
No estás sola. No estás loca. No es tu culpa.
La violencia machista no siempre deja moratones visibles. Pero siempre deja cicatrices profundas.
El camino de salida es posible. Pero necesita redes, acompañamiento, recursos y valentía.
Y, sobre todo, necesita una sociedad que no mire hacia otro lado.
Porque el verdadero retrato de una mujer maltratada es el de una mujer valiente a la que intentaron destruir, pero no lo lograron.
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