Hay modas que parecen inofensivas hasta que empiezas a rascar debajo de la purpurina. Una de ellas es el universo sugar: sugar daddies, sugar babies, y el espejismo de lujo, independencia y empoderamiento que, en realidad, esconde relaciones desiguales, abuso económico y una forma actualizada de prostitución que se niega a llamarse por su nombre.

¿Qué es un Sugar Daddy? ¿Y una Sugar Baby?

Los términos parecen sacados de una comedia romántica de mal gusto. Un sugar daddy es, generalmente, un hombre mayor con dinero que “consiente” a una mujer joven —la sugar baby— con regalos, viajes, cenas y “apoyo económico”, a cambio de su compañía, su tiempo y, aunque no siempre se diga en voz alta, de sexo. También existen sugar mommies y toy boys, pero el modelo clásico es el que más prolifera en plataformas como Seeking Arrangement, donde las relaciones son negociadas como contratos de servicios.

En teoría, no hay coacción, no hay transacción directa de dinero por sexo. En teoría. Porque en la práctica, la mayoría de estos acuerdos están construidos sobre una base profundamente desigual: poder económico, necesidad financiera y una sociedad que ha disfrazado la prostitución de estilo de vida aspiracional.

¿Es prostitución o no lo es?

Aquí es donde se arma el debate. Quienes lo defienden argumentan que es una relación consensuada entre adultos, que cada uno saca algo que desea: él, compañía (y sexo); ella, seguridad financiera. Aseguran que no hay nada malo si ambas partes están de acuerdo.

Pero esto es lo mismo que decir que si alguien acepta vender un órgano para sobrevivir, entonces no hay problema. ¿Dónde queda el contexto? ¿Dónde está el análisis crítico sobre las condiciones materiales que llevan a una mujer joven a meterse en este tipo de dinámicas? ¿Por qué una chica de 22 años tiene que «negociar» su presencia con un hombre de 50 que la trata como un trofeo?

En el fondo, el sugar dating es la misma estructura de siempre: hombres ricos comprando acceso al cuerpo, el tiempo y la atención de mujeres jóvenes. ¿Y cómo no llamarle prostitución si lo que se está transando es sexo envuelto en papel de regalo?

El capitalismo sexy: cómo el sistema se disfraza de empoderamiento

Vivimos en una era donde todo se vende, incluso la idea de que venderse está bien. El neoliberalismo ha hecho maravillas con el lenguaje: ahora las mujeres no se prostituyen, se «empoderan económicamente». No son explotadas, son «emprendedoras de sí mismas». Las sugar babies no son acompañantes de lujo, son «mujeres independientes que saben lo que quieren».

Este discurso es peligrosísimo, porque borra las condiciones estructurales de desigualdad. Invisibiliza la precariedad económica, la presión estética, la glorificación del lujo y la dependencia del consumo como sinónimo de éxito. Nos dicen que ser sugar baby es una elección libre, pero no dicen que muchas veces es la única opción para sobrevivir sin morir en un trabajo precario, explotador y mal pagado.

Las plataformas que normalizan la desigualdad

Las webs y apps que promueven este tipo de relaciones se venden como espacios seguros para encontrar “relaciones mutuamente beneficiosas”. Pero en realidad, son plataformas que institucionalizan el abuso con consentimiento firmado.

Algunas incluso se anuncian en universidades, ofreciendo a estudiantes la oportunidad de salir de sus deudas con “mentores generosos”. Lo que hacen es atraer a chicas jóvenes, muchas veces sin apoyo familiar o económico, y empujarlas al borde del abismo con una sonrisa y un vestido de diseñador.

Es proxenetismo digital de alta gama. Y nadie lo regula.

La romantización de la desigualdad

En TikTok, Instagram y YouTube abundan los videos de chicas mostrando sus bolsos de marca y cenas en Dubái gracias a sus sugar daddies. La narrativa es clara: “Yo no trabajo como tú, pero vivo mejor que tú”. ¿El mensaje de fondo? Si eres lista, sabrás aprovecharte del sistema. Si eres tonta, trabajarás como una burra por un salario mínimo.

Pero lo que no muestran son las humillaciones, las cláusulas, los límites cruzados, los chantajes emocionales, los favores sexuales exigidos porque “yo te estoy pagando todo”. No muestran la soledad, el riesgo, la dependencia. Y desde luego, no muestran lo que pasa cuando el sugar daddy pierde interés, cambia de juguete o empieza a controlar más de lo que prometió.

¿Y si lo eligen libremente?

Nadie niega que haya mujeres que elijan este camino de forma consciente. Pero eso no invalida el análisis estructural. Que haya personas que elijan ser parte de un sistema no significa que ese sistema sea justo. La libertad individual no puede usarse como coartada para validar relaciones de poder marcadas por el dinero, la edad y el género.

Es como decir que, si alguien acepta un trabajo en condiciones esclavistas, entonces no hay explotación porque lo ha elegido. No. No todo lo consentido es justo. No todo lo voluntario es digno.

¿Cómo evitar caer en estas redes?

El universo sugar se vende con mucha azúcar, pero detrás hay mucha mierda. Por eso, aquí van algunos consejos para identificar y evitar este tipo de trampas:

  1. Desconfía de los mensajes de “mentores”, “hombres generosos” o “relaciones especiales” en redes sociales. No son oportunidades, son anzuelos.
  2. No confundas empoderamiento con dependencia de un hombre rico. El poder real es el que puedes construir por ti misma, no el que otro te presta a cambio de tu cuerpo.
  3. Denuncia las plataformas que promueven estas prácticas. No son sitios de citas, son mercados encubiertos.
  4. Si estás en una situación económica difícil, busca redes de apoyo real. Asociaciones, colectivos, amigas, instituciones. La salida no es venderte, es luchar para que ninguna tenga que hacerlo.
  5. Cuestiona los discursos que romantizan este tipo de relaciones. Si hay una diferencia brutal de poder, dinero y edad, lo más probable es que no sea amor. Es negocio.
  6. Educa a las más jóvenes. Cuanto antes se desmonten estos discursos, menos posibilidades habrá de que los repitan sin pensar.
  7. Reclama un modelo económico que no obligue a nadie a vender su cuerpo para sobrevivir. El verdadero empoderamiento no es elegir entre pobreza o prostitución disfrazada, sino tener alternativas reales.

Conclusión: azúcar envenenada

El fenómeno de los sugar daddies y sugar babies es una señal más de un sistema podrido que convierte la desigualdad en moda y la explotación en estilo de vida. No se trata de moralismo ni de juzgar individualmente. Se trata de mirar de frente cómo el capitalismo y el patriarcado siguen reinventándose para controlar los cuerpos de las mujeres, ahora con Instagram y emojis de azúcar.

Basta de disfrazar la prostitución de lujo. Basta de vender a las chicas jóvenes la mentira de que hay una salida fácil. No hay atajos cuando el precio es tu dignidad.