Quebrantar una orden de protección no es un acto de amor: es un delito que debe llevar a prisión
Cuando hablamos de violencia machista, hay un punto de inflexión legal y emocional que marca la diferencia entre la vida y la muerte: la orden de protección. Esta medida judicial, solicitada con miedo y desesperación por mujeres que ya han sufrido el infierno de la violencia, debería ser un escudo. Un límite sagrado. Una advertencia clara para el agresor. Pero en la práctica, en demasiadas ocasiones, no es más que un papel que se arruga, se ignora y se pisotea. Y el sistema lo permite. Cada vez que un maltratador quebranta una orden de protección está cometiendo un delito. No una travesura. No un malentendido. No un gesto romántico de "te sigo amando" como algunos discursos todavía se atreven a justificar. Es una agresión directa a la seguridad de una mujer. Es la antesala del feminicidio. La impunidad mata España ha vivido casos escalofriantes donde los feminicidios han [...]